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Emilio Campmany

La crisis qatarí

O lo de la financiación del terrorismo es mentira y no es más que un pretexto o, si es verdad, los occidentales somos unos pardillos.

O lo de la financiación del terrorismo es mentira y no es más que un pretexto o, si es verdad, los occidentales somos unos pardillos.
Vista aérea de Doha, capital de Qatar | EFE

En la crisis desencadenada a raíz de que Egipto, Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y Bahréin rompieran relaciones diplomáticas con Qatar, hay muchas más preguntas que respuestas. La primera que podría hacerse desde Occidente es cómo es posible que esos cuatro países reaccionen de esa manera a la financiación del terrorismo islamista y que nosotros, que lo padecemos como el que más, sigamos manteniendo buenas relaciones con Doha. Una de dos, o lo de la financiación del terrorismo es mentira y no es más que un pretexto inventado para justificar una medida adoptada por razones inconfesables o, si es verdad, los occidentales somos unos pardillos.

En todo caso, es evidente que el terrorismo no es la única causa del conflicto diplomático. Éste se comprende más fácilmente si se enmarca en la guerra civil que padece el mundo islámico entre Irán y Arabia Saudí, y que no es exactamente entre chiíes y suníes. De hecho, Qatar es suní y eso no le impide ser un aliado relativamente leal a Irán. Desde Al Yazira, fundada por el régimen qatarí, se han estado desprestigiando los regímenes musulmanes que se consideraban enemigos de Irán y se ha estado apoyando de una u otra forma a los Hermanos Musulmanes, especialmente durante la época en la que la organización gobernó Egipto tras la caída de Mubarak.

No obstante, Qatar no es el obvio enemigo de Occidente que podría deducirse de estos hechos. Es también el país huésped de la mayor base militar norteamericana en la zona y el actual emir, Tamim, se esfuerza por mantener buenas relaciones con todo el mundo sirviéndose tanto como sea necesario de sus inmensas riquezas (es el país con mayor renta per cápita del mundo). Esta política exterior basculante, que en parte está justificada por la geografía, ya que Qatar tiene frontera terrestre con Arabia Saudí y está a escasas millas de la costa iraní, viene igualmente impuesta por la complicada situación política interior. Probablemente, Tamim preferiría distanciarse algo de Irán, pero al parecer una facción respaldada por su padre, el anterior emir, que se vio obligado a abdicar a favor de su hijo a mediados de 2013, exige conservar los lazos con Teherán.

No es desdeñable que haya influido también la delicada situación económica de Arabia Saudí, provocada por el descenso de los precios del petróleo. Riad está intentando imponer restricciones a la producción de hidrocarburos para que los precios suban y los díscolos, como Qatar, impiden que lo logre.

Todo esto, y unos cuantos detalles más que se quedan en el tintero, dibujan un tablero extraordinariamente confuso en el que nadie se atreve a pronosticar nada, pero en el que hay una cosa clara: la irrelevancia por incomparecencia de nuestros países occidentales, probablemente porque ninguno de nuestros gobernantes está en condiciones de dañar las magníficas relaciones que todos nosotros, quién sabe por qué, mantenemos con Qatar. Quizá resulte que las prácticas empleadas por el emirato para conseguir la adjudicación del mundial de fútbol de 2022 se hayan extendido a otros ámbitos.

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