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Emilio Campmany

La grandeza de Mayor Oreja

Viendo lo que se ve en el PP, donde se pitorrean de su electorado, me acuerdo hoy, entre melancólico y nostálgico, de Mayor Oreja.

Viendo lo que se ve en el PP, donde se pitorrean de su electorado, me acuerdo hoy, entre melancólico y nostálgico, de Mayor Oreja.

Viendo lo que se ve en el PSOE, donde a Rubalcaba le salen sucesores como a La Charito amantes, todos disfrazados de gente nueva cuando apestan a naftalina y zapaterismo, rancios como mantequilla de posguerra; viendo lo que se ve en el PP, donde se pitorrean de su electorado y afirman con descaro que se van a seguir pitorreando de él, me acuerdo hoy, entre melancólico y nostálgico, de Mayor Oreja.

En la carrera política de don Jaime hay tres aciertos de extraordinaria relevancia por haberse producido contra corriente. El primero fue avisar de la falsedad de la tregua-trampa de ETA en 1998. Aznar no quiso escucharle y jugó, como el otro, a si sale, sale. Aquello sólo sirvió para proporcionar luego a Zapatero valiosísima munición con la que defender su proceso de rendición. Es verdad que Aznar no ofreció nada comparado con lo que concedió Zapatero, pero esos matices no importan en nuestros debates de brocha gorda. Luego tuvo el de demostrar con Redondo Terreros que en el País Vasco se podían ganar las elecciones sin hacer ni una concesión al nacionalismo, al separatismo y mucho menos al terrorismo vascos. Le faltó muy poco para ser lehendakari. Ahora, tanto PP como PSOE han inclinado la cerviz una y otra vez y ambos son, especialmente el PP, prácticamente irrelevantes en la región. El tercero fue denunciar la negociación con ETA llevada a cabo por Zapatero y las trampas que había en ella. Y lo hizo a pesar de los muchos que en su partido le indicaban con el dedo en los labios que callara. No se calló, y donde quisieron escucharle, que fue en pocos sitios, dijo lo que pensaba y contó lo que sabía.

El último gran rasgo de grandeza ha sido el de retirarse por no querer ser cómplice de este PP que ya nada tiene que ver con él, especialmente en el modo en que concibe la lucha antiterrorista. Y lo ha hecho sin dar portazos, sin estridencias, sin malos modos y sin esperar nada. De esa manera, ha puesto en evidencia a su partido, que no sólo no le ha agradecido los muchos servicios prestados, sino que ha preferido mantenerlo escondido, no vaya a ser que sus votantes recordaran que un día hubo en él gente con principios. Podía haber caído en la tentación de irse a Vox, a ver si lograba seguir siendo europarlamentario. Podía haber dado cuartos al pregonero e irse a un periódico a largar contra Rajoy y acaparar tres o cuatro efímeras portadas. Pero no lo ha hecho.

Nadie en Génova le ha dado las gracias en público, nadie le ha rendido homenaje, nadie ha recordado esos aciertos logrados a contrapié. Y no se le ha oído ni una queja, ni un reproche ni un desahogo. Por mi parte, no me queda más que decirle que tiene mi modesto agradecimiento, y estoy seguro que el de muchos otros españoles.

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