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Emilio Campmany

La violencia da votos

Por increíble que pueda parecer, en España la violencia da votos a quien la práctica y los quita a quien la sufre.

Por increíble que pueda parecer, en España la violencia da votos a quien la práctica y los quita a quien la sufre.
RTVE

El nacionalismo catalán y el vasco agreden a los tres partidos de derechas. Lo hacen con violencia medida, pero violencia, a fin de cuentas. Los votantes de esos tres partidos creerán que las agresiones que sufren les favorecen. Nada de eso. Como mucho, tan sólo sirven para consolidar el respaldo de su potencial votante. Sin embargo, entre los neutrales y, no digamos, entre los votantes socialistas, comunistas y nacionalistas, la violencia ejercida contra la derecha, cualquier derecha, renta. El argumento, expuesto de manera burda, viene a decir que la presencia de la derecha allí donde de forma natural no es bienvenida es, en el mejor de los casos, provocadora y, en el peor, ilegítima. En consecuencia, el culpable de la violencia que esa presencia pueda generar es la propia derecha. Pertenecer a la derecha nacional y proclamarlo en la universidad de Barcelona, en Rentería o en Bilbao es como conducir con exceso de velocidad, algo intrínsecamente peligroso, que convierte al conductor temerario en inmediato responsable del accidente en que se vea envuelto, sin importar cuáles sean las demás circunstancias. En España hay libertad para defender la idea que se tenga, pero si se es de derechas sólo puede hacerse en el barrio de Salamanca de Madrid o en cualquier otra cueva del fascismo. En cambio, no hay derecho a hacerlo en los templos de la libertad que son, por ejemplo, el País Vasco y Cataluña.

Este infame discurso triunfa. Pasó tras el 11-M, cuando las izquierdas aprovecharon la jornada de reflexión para agredir ilegalmente las sedes del PP. En cualquier sitio mínimamente normal, esto habría traído la victoria de los agredidos. En España no. En España triunfaron los agresores con el argumento de que los culpables del atentado no eran los terroristas, sino el Gobierno. Asimismo, Podemos, mediante el recurso a diversas formas de violencia, ha sido capaz de superar ampliamente el techo que siempre tuvieron los comunistas. El PCE e IU, que, desde la Transición, renunciaron a ella, jamás lograron tanto respaldo electoral.

Así pues, por increíble que pueda parecer, en España la violencia da votos a quien la práctica y los quita a quien la sufre. No sólo, sino que el PSOE está a dos semanas de ser el partido más votado gracias a su inaceptable argumento de ser el partido que, por su mucha moderación y comedimiento, posee la virtud de no excitar la violencia independentista. A esto se añade que el voto a la derecha es muy peligroso porque, en caso de llegar al Gobierno, Ciudadanos, PP o Vox, generaría la comprensible e inevitable violencia de izquierdistas radicales y soberanistas.

Éste es el socialismo con el que cuenta la democracia española para progresar, el que cree legítima cualquier violencia que se ejercite contra la derecha, que, sólo por serlo, la merecerá.

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