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Emilio Campmany

Me contradigo, luego existo

Lo que ocurrió fue que la invasión de Afganistán se produjo inmediatamente después del 11-S y a Zapatero le faltó coraje para negar la ayuda española a un aliado en ese momento de tribulación.

Durante un maravilloso viaje a Sicilia, le pregunté a un municipal palermitano si podía dejar el coche aparcado junto a una señal de prohibido ante la evidencia de que el lugar estaba abarrotado de coches mal aparcados sin sanción aparente. El amable guindilla me dijo que no me lo aconsejaba porque era muy probable que fuera multado. Lo dijo como si la responsabilidad acerca de esa "probabilidad" fuera de otro. Zapatero hace lo mismo. Le preguntan sobre Afganistán y contesta que "es probable que la ministra de Defensa, además de informar sobre la situación, plantee en el Parlamento el incremento de tropas, en torno a doscientos efectivos". Lo dijo como el policía, como si fuera algo que, por su oficio, puede conocer, pero que no depende de él. Menos mal que luego el presidente aclaró quién tiene la última palabra, entes como "la seguridad, la inteligencia militar, los expertos". Y entonces, ¿para qué necesitamos a un presidente de Gobierno si la última palabra la tienen los expertos? Ojalá tuvieran los expertos la última palabra en todo lo que tiene que decidir Zapatero, especialmente cuando se trata de economía.

Pero lo que saca de quicio a nuestro presidente es que le comparen Irak con Afganistán. Según él, la diferencia es muy clara. Él apoyó la invasión de Afganistán, pero no la de Irak. O sea, lo que diferencia a dos cosas es que él las trata de forma diferente. Las misiones de Irak y Afganistán tienen objetivos estratégicos distintos, pero no es esto lo que importa a Zapatero. Donde él pone el acento es en las cuestiones morales y jurídicas. Y en eso, las dos son muy parecidas. Las dos pretenden democratizar países de mayoría musulmana sometidos antes a una férrea dictadura. Las dos tratan de estabilizarlos. Ninguna tuvo el apoyo de la ONU desde el principio, pero ambas acabaron teniéndolo. La única diferencia está en que fue una fuerza multilateral encabezada por Estados Unidos la que invadió Irak y, en cambio, fue la OTAN, liderada también por los Estados Unidos, la que ocupó Afganistán. Nada esencial. Si a Zapatero le gustó una y abominó de la otra sería porque le caían especialmente mal los talibanes.

En realidad, lo que ocurrió fue que la invasión de Afganistán se produjo inmediatamente después del 11-S y a Zapatero le faltó coraje para negar la ayuda española a un aliado en ese momento de tribulación. En cambio, en 2003, para lo que hubiera hecho falta valor era para haber sido coherente y apoyar la de Irak si se estaba apoyando la de Afganistán. Como su pretexto para no ser coherente fue que aquélla no estaba bendecida por la ONU, se apresuró a ordenar la vuelta de las tropas antes de que el Consejo de Seguridad apoyara la misión, como efectivamente hizo dos meses después de haber ordenado Zapatero que nos fuéramos de allí.

Lo peor de todo es que en el PP nadie está dispuesto a enfrentar a Zapatero con esta contradicción. Todos allí han renunciado a la herencia de haber apoyado a los Estados Unidos en la Guerra de Irak, pero ninguno exige que nuestras tropas se vuelvan de Afganistán. En puridad, lo mismo que el PSOE. Será que la coherencia, como tantos otros, ha dejado de ser aquí un valor.

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