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Emilio Campmany

Nuestros vecinos

El yihadismo ha vuelto a ponerse como objetivo la alianza entre dictadores musulmanes y Gobiernos occidentales en un momento en que la intervención en Libia tensa esta relación.

El atentado de este jueves contra la cafetería Argana en la plaza Yemaa el Fna, en el centro de Marraquech, tenía como finalidad asesinar a cuantos más turistas extranjeros, mejor. Las primeras informaciones hablan de la presencia de metralla en el artefacto empleado por el terrorista suicida, lo que demuestra que su objetivo eran las personas que estaban tomando café a la concurrida hora del mediodía, momento en que la plaza suele estar atestada de turistas extranjeros. El origen yihadista de la acción se da por descontado.

Hasta ahora, desde que se inició la ola de protestas en todo el Gran Oriente Medio, el fundamentalismo islámico se había mantenido agazapado con el fin de no servir de excusa a los gobiernos occidentales para apuntalar a los regímenes dictatoriales que la mayoría de musulmanes padecen. Estas dictaduras son odiadas por el fundamentalismo, no por ser autoritarias, sino por ser apóstatas. A su vez, los dictadores han utilizado el terrorismo fundamentalista como espantajo para justificar, ante Occidente, la existencia de sus regímenes así como para recibir ayudas económicas con las que, en principio, combatir el yihadismo y enriquecer a veces también sus bolsillos y los de sus protegidos. Por eso, siempre han sido estos dictadores no sólo los primeros interesados en combatir a los fundamentalistas, enemigos suyos desde siempre, sino también en que sobrevivieran y siguieran representando un peligro para Occidente. Hosni Mubarak era un genio de este doble juego.

El 14 de abril de este mes, el Rey de Marruecos, Mohamed VI excarceló a 148 presos políticos. Entre estos presos se encontraban nacionalistas saharauis y algún conocido activista. Pero, además de éstos, salieron también de la cárcel varios yihadistas, entre ellos alguno relacionado con el atentado de Casablanca en mayo de 2003. Cuentan las crónicas que las excarcelaciones fueron un gesto de buena voluntad del rey reclamado por Francia. Su objetivo habría sido compensar el apoyo de Sarkozy al rey alauita en el Consejo de Seguridad, donde el alto comisionado de la ONU para los Derechos Humanos había exigido que la misión de la organización internacional en el Sahara (Minurso) fuera ampliada y tuviera competencias en materia de derechos humanos. Francia se opuso. Luego, París pidió a Mohamed VI esas excarcelaciones para demostrar la voluntad del Rey de caminar por la senda de la protección de los derechos humanos. Si alguno de los liberados ha estado implicado en el ataque terrorista de este jueves, la tormenta que se forme puede adquirir graves proporciones.

En cualquier caso, el yihadismo ha vuelto a ponerse como objetivo la alianza entre dictadores musulmanes y Gobiernos occidentales en un momento en que la intervención en Libia tensa esta relación. Si añadimos que es probable que la mayoría de las víctimas sean turistas franceses, cuyo país encabeza la coalición que está bombardeando el país musulmán, no cabrá duda de que el objetivo era ese lazo que Francia tiene con algunos dictadores islámicos, en general, y con Mohamed VI, en particular.

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