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Emilio Campmany

Sueño de la razón

Pablo había tenido un día malísimo. La convención de su partido le estaba resultando muy dura. Y había cenado más de lo debido...

Pablo había tenido un día malísimo. La convención de su partido le estaba resultando muy dura. Y había cenado más de lo debido...
El presidente del PP, Pablo Casado. | EFE

Pablo había tenido un día malísimo. La convención de su partido le estaba resultando muy dura. Y había cenado más de lo debido. Se metió en la cama exhausto. Le dio un beso en la mejilla a Isabel, que ya casi dormía, y cerró los ojos. A eso de las tres, su mente se zambulló en un extraño sueño. Estaba Pablo subido a la tribuna de oradores y se sorprendió diciendo a Sánchez:

Dice su señoría que quiere armonizar la fiscalidad de Madrid. Muy bien. Hágalo. ¿Por qué no lo hace? Yo se lo diré. Porque para hacerlo necesita que el Estado recupere las competencias sobre los impuestos de sucesiones, donaciones y patrimonio. Pero no sólo las de Madrid, que eso su señoría no puede legalmente hacerlo. Tiene que arrebatárselas a todas. A usted le da igual cercenar las de Murcia o Galicia, o incluso las de Asturias o Valencia. Pero ¿cómo hará para mutilar las de Cataluña? ¿Cómo reaccionarían sus aliados? Ni siquiera explicándoles que es para jeringar a Madrid consentirán sus socios devolver nada de lo que un malhadado día recibieron.

Pablo sonreía dormido. Le gustaba su intervención. El sueño prosiguió:

Tenga usted por una vez el coraje de hacer lo debido. Le invito… qué digo, le conmino a que recupere para el Estado esta importante competencia. Que en España haya quien tenga que sufrir el peso de tan injustos impuestos mientras otros se libran de ellos es un atentado contra un principio constitucional que, aunque su señoría lo ignore, está consagrado en el artículo 14 de nuestra Carta Magna, y que no es otro que el de la igualdad de todos los españoles ante la ley. Esta injusticia no se puede prolongar más. Tenga usted la valentía, aunque sólo sea esta vez, de arrebatar a los nacionalistas catalanes, como a las otras autonomías, lo que nunca se les debió entregar. Puede contar para hacerlo con el apoyo del Grupo Popular en aras de esa igualdad con la que usted se llena la boca y que en realidad tanto maltrata. Luego, suba esos impuestos tanto como quiera. Pero a todos.

Pablo, sin despertarse, empezó a agitarse en la cama. El dulce sueño estaba dejando de serlo:

Olvídese de su partido, de las próximas elecciones, de sus ambiciones, y rinda por una vez un servicio a su patria y recupere para el Estado esos impuestos, para que todos paguemos lo mismo. Eso es lo que debería ser. Hágalo, aunque perjudique a los madrileños, que yo le apoyaré. Pero no se equivoque: cuando el PP vuelva al poder, sea conmigo al frente o con cualquier otro, este partido que tengo el honor de presidir completará el favor que le pido suprimiendo esos abusivos impuestos para que, a partir de entonces, todos los españoles gocen de una gracia de la que hoy tan sólo se benefician los madrileños.

En ese momento era tanta su agitación que Isabel se despertó y, viendo cuánto sufría su marido, lo despertó. Pablo, envuelto en sudor frío, abrió los ojos e Isabel le preguntó si se encontraba bien. Él le contestó:

Creo que sí. Tan sólo era una pesadilla. Ya pasó.

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