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Emilio J. González

Adiós a las previsiones

A finales del año pasado, el Gobierno se las prometía muy felices cuando se le hablaba de inflación. Los técnicos del Ministerio de Economía pensaban que la tasa de aumento de los precios terminaría en 2002 muy cerca, si no por debajo, de ese objetivo del 2% fijado por el Banco Central Europeo para el conjunto de la zona del euro. Hoy, esas esperanzas se han esfumado por completo al conocerse que el crecimiento interanual del IPC se situó en abril en el 3,6% y, lo que es peor aún, el aumento acumulado en los cuatro primeros meses del año es del 2,1%. Con estos porcentajes, al Ejecutivo no le queda más remedio que decir adiós a sus previsiones de inflación.

En la escala de los precios de consumo han influido, esencialmente, dos factores. Por un lado, está la cotización del petróleo, que el viernes pasado alcanzó su máximo anual. La evolución del precio del crudo está repercutiendo de forma negativa en los precios de consumo de casi todos los países de la zona del euro, con lo que es un problema común contra el que sólo se puede luchar con el arma de la política monetaria, esto es, de la subida de los tipos de interés. De hecho, en los mercados financieros ha empezado a ganar peso la idea de que el BCE tendrá que empezar a subir tipos antes de que lo haga la Reserva Federal estadounidense y temen que esta vuelta de tuerca a la política monetaria frene la incipiente reactivación económica. No obstante, estos temores pueden ser excesivos, en primer lugar, porque el precio oficial del dinero en la Unión Europea, hoy por hoy, es muy bajo y, en segundo término, porque la subida reciente del euro frente al dólar ya supone en sí misma una restricción monetaria que hace que se necesiten incrementos de los tipos de interés mucho menores para combatir una inflación que, en cualquier caso, en la zona del euro tiene un origen esencialmente coyuntural, esto es, el petróleo.

España, en cambio, parece querer demostrar nuevamente que esa frase tan manida ya de Spain is diferent sigue siendo verdad, al menos en lo que a la inflación se refiere, porque su repunte no se debe tan sólo al petróleo sino que obedece a causas internas, o sea, a las subidas de precios ligadas al cambio al euro de las que el Instituto Nacional de Estadística ya advirtió que continuarían en la primera mitad de este año. Y ese es el problema porque el Gobierno confiaba en que la desaceleración económica de finales del año pasado y principios de este redujera las presiones inflacionistas y calculaba que el impacto de la introducción del euro sobre el IPC sería de no más de medio punto. Hoy se ve que no es así, lo que obliga al Ministerio de Economía a hacer nuevas previsiones, que ahora hablan de un cierre de año por encima del 2,5%, y al de Hacienda a ir preparando otra vez una paga extra para los pensionistas por la desviación de la inflación sobre el objetivo del 2%. Mientras tanto, el Gobierno no puede hacer nada a corto plazo para cambiar las cosas. Sólo puede confiar en que el BCE haga su trabajo correctamente y en que se cumpla lo que viene diciendo desde hace algunos meses, que la inflación empezará a descender en la segunda mitad del año. Eso es lo único que puede hacer; eso, y ponerle velas a todo el santoral para que no haya nuevas sorpresas.

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