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Emilio J. González

Cría cuervos

Zapatero creyó que alimentando a los sindicatos a base de ingentes cantidades de dinero público y dándoles un protagonismo que no les corresponde, éstos iban a ser dóciles y jamás se volverían contra la mano que les ha dado de comer.

Seguramente, Zapatero va a lamentar profundamente, a partir de ahora, su política hacia los sindicatos. El presidente del Gobierno, en su idea de hacer política de izquierdas de verdad, quiso contar con centrales sindicales también verdaderamente de izquierdas para que respaldaran su proyecto y sirvieran de correa de transmisión de su pensamiento y sus iniciativas, así como de elemento de control. Y ahora se encuentran con que, a las primeras de cambio y en una situación de emergencia nacional, esos sindicatos tan izquierdistas que él ha fomentado y alimentado a base de generosas transferencias multimillonarias desde los presupuestos del Estado, quieren ejercer como tales y convocarle una huelga general por lo que consideran un giro derechista en su política económica, que no es otra cosa que las condiciones que le imponen a España la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional para ayudar a nuestro país a salir de los graves problemas financieros en que se encuentra metido hasta las cejas. Se lo tiene merecido por andarse con jueguecitos de ingeniería política para construir su modelo de sociedad.

Desde que llegó al poder, Zapatero tenía poco menos que una obsesión, que era la de liquidar a la anterior dirección de Comisiones Obreras, encabezada por su entonces secretario general José María Fidalgo, un hombre sensato e inteligente que supo pactar con el Partido Popular las reformas que necesitaba la economía española para entrar en el euro y acabar con la maldición bíblica del paro. Gracias a ello, España pudo disfrutar de una década de intenso crecimiento económico y situar la tasa de desempleo por debajo del 10%, algo impensable cuando Aznar llegó al poder en 1996. De hecho, las CCOO de Fidalgo lo tuvieron claro desde el primer momento: o se hacía la reforma laboral, la de las pensiones, la de los presupuestos y la de los mercados de bienes y servicios que acometió el PP en su primera legislatura o este país se iba al garete. La posición de Fidalgo, en este sentido, fue fundamental ya que el líder de UGT, Cándido Méndez, pensaba entonces como ahora, esto es, que lo que había que hacer era promover más Estado y menos mercado y no flexibilizar las relaciones laborales. Pero como UGT tiene bastantes menos afiliados y representantes en los comités de empresa, como tenía que lavar la mala imagen que había dejado en el sindicato el escándalo de la PSV –la quebrada cooperativa de viviendas promovida por la central socialista–, y como temía quedarse aislado, al final aceptó transitar por el camino que le había marcado Fidalgo. En resumen, gracias al ex secretario general de CCOO, en este país se pudo hacer lo correcto en aquellos momentos.

A Zapatero, sin embargo, esas posiciones de Fidalgo le molestaban mucho, entre otras cosas porque, llegado el momento, un líder como ese podría llegar a crearle muchos problemas si las cosas de la economía se torcían como se han torcido. Además, ZP se sentía más cómodo con un sindicalista al frente de CCOO más próximo a sus ideas más de izquierdas. Y así, desde Moncloa se hizo todo lo posible para provocar la caída de Fidalgo y el triunfo de Toxo en el Congreso del sindicato, quien siempre se enfrentó a la política de Fidalgo por considerarla demasiado de derechas, demasiado próxima al PP y alejada del ideario izquierdista propio de la central sindical comunista. El presidente del Gobierno estuvo encantado con el cambio. Ahora va a pagar las consecuencias.

Zapatero se encuentra con una fuerte contestación a las medidas de ajuste que aprobó el pasado jueves el Consejo de Ministros, no sólo desde la mayor parte de la sociedad sino también de casi todos los partidos de la oposición hasta el punto de que, hoy por hoy, no está nada claro que ZP vaya a conseguir en el Congreso los apoyos necesarios para convalidar las medidas aprobadas este jueves porque nadie quiere retratarse con un Gobierno como éste, que hace lo que hace y que, en una situación como la actual, se niega a pactar nada con la oposición y lo que pide es una adhesión incondicional a la política de Zapatero, que es la que nos ha llevado al desastre. ZP no quiere cambiarla y por eso no pacta, puesto que un acuerdo con otros partidos le obligaría a recortar el gasto por donde no quiere, o sea, por la economía sostenible, los ministerios de Igualdad y Vivienda, la Vicepresidencia Tercera del Gobierno, la ayuda al desarrollo y demás. Sin embargo, el presidente esperaba que unos sindicatos a los que hasta ahora tenía amordazados y amansados a golpe de ayuda pública respaldaran sus medidas sin darse cuenta de que pedirle eso a Méndez y Toxo es pedirles que traicionen sus convicciones más profundas. Ninguno de los dos está dispuesto a ello y ahora Zapatero no tienen ningún Fidalgo sensato que, en lugar de enfrentarse al Gobierno a cuenta de las duras decisiones que hay que tomar, ayude a hacer lo necesario por el bien de los españoles, en especial de aquellos que no tienen trabajo. La soledad del presidente se acrecienta por momentos.

Zapatero se creyó que alimentando a los sindicatos a base de ingentes cantidades de dinero público y dándoles un protagonismo que no se corresponde con su verdadero grado de representatividad en la sociedad, éstos iban a ser dóciles y jamás se volverían contra la mano que les ha dado de comer estos últimos años de forma tan generosa. Y lo hizo sin percatarse de que, al final, lo que realmente estaba criando eran cuervos que, ahora que empiezan a ver que ZP tiene mucho de cadáver político, se aprestan a sacarle los ojos.

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