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Emilio J. González

Crisis, ¿qué crisis?

La desaceleración económica se extiende a Europa. Esta semana, la Comisión Europea publicó los datos de crecimiento del PIB de la UE en el cuarto trimestre, que se redujo en tres décimas hasta un nada desdeñable 3%. Paralelamente, caía la confianza de los consumidores y Alemania empezaba a mostrar signos inequívocos de pérdida de ritmo en su actividad productiva. El propio Ministerio de Economía español reconocía que la economía española pierde fuelle, si bien no ha revisado a la baja su previsión de crecimiento. ¿Vamos hacia una crisis?

Nada más lejos de la realidad, a pesar de los sustos y altibajos de montaña rusa de la Bolsa. Prueba de ello es que, en marzo, la afiliación a la Seguridad Social volvió a batir su récord histórico. Pero hay razones de peso para justificar la ausencia de temores. La más contundente de todas ellas, probablemente, es el buen estado de salud de las empresas españolas, que esta semana certificó la Central de Balances del Banco de España. Son muy rentables, sus beneficios son muy elevados y su nivel de endeudamiento es razonablemente bajo pero sigue aumentando porque el dinero es barato y hay oportunidades de negocio para invertir. La situación, por tanto, es radicalmente distinta a la de las compañías estadounidenses que, un día sí y otro también, anuncian despidos masivos a pesar de que aquí también están revisándose a la baja las previsiones de beneficios.

Con unas empresas sanas, por tanto, los ajustes de plantilla no sólo son innecesarios, sino que siguen aumentando las contrataciones. Ello aleja la posibilidad de una crisis porque despidos significa que hay una reducción de la demanda a la que se enfrentan las empresas y, posiblemente, menos inversiones. También quiere decir que se reduciría el consumo porque los ingresos de un parado son mucho menores que los de una persona con empleo. Nada de eso ocurre con España.

Otra cosa es si la economía española crecerá ese 3,6% que todavía sigue estimando el Gobierno. Es probable que no sea así, pero también es muy posible que el crecimiento no baje del 3%, un buen resultado a tenor de cómo está el panorama internacional. Es verdad que el consumo está desacelerándose, pero es lógico porque estaba creciendo a ritmos muy elevados como consecuencia de la bajada del IRPF, un efecto sobre el gasto familiar que está agotándose. Pero eso es bueno porque reducirá las presiones inflacionistas sin dañar al crecimiento. Los agoreros de la crisis, por consiguiente, tendrán que esperar a una mejor ocasión, en la que haya verdaderas razones para pensar que los tiempos de vacas gordas han concluido para dar paso a los de vacas flacas, a pesar de la forma en que se están comportando las Bolsas.

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