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Emilio J. González

De tapadillo

Al Gobierno no hay quien le entienda. A pesar de la que lleva cayendo en la economía mundial desde hace varios meses, la economía española sigue creciendo este año en el entorno del 3% y el año próximo lo hará, aproximadamente, al 2,4%. ¡Ya quisieran estas cifras en Estados Unidos o en cualquiera de nuestros socios de la Unión Europea! Y, sin embargo, el Ejecutivo parece que se avergüenza de ellas, como si fuese algo malo crecer por debajo del 3% después de cinco años superando con creces ese porcentaje, cuando EEUU, Japón y Alemania están en recesión y el pulso económico del resto de la UE es muy bajo. Pero eso parece que aquí no cuenta y ha habido que mantener durante medio año una previsión de aumento del PIB del 2,9% en 2002, cuando hace tiempo nadie se la creía, y revisarla oficialmente a la baja en diciembre, en medio de un puente en que la gente está de vacaciones o haciendo las compras de Navidad, para que nadie se entere. ¿Es que hay algo que ocultar?

A la luz de los datos ofrecidos el viernes por el vicepresidente económico Rodrigo Rato, el nuevo escenario macroeconómico parece sensato y alcanzable. El crecimiento se sitúa en el 2,4% y la previsión de creación de empleo baja del 1,8% al 1,1%. Esto último no es una buena noticia pero que le vamos a hacer. La economía mundial está a la baja y a nosotros también nos toca. Además, y eso hay que decirlo muy alto, en el pasado, cuando la economía crecía por debajo del 3% no sólo no se creaba empleo sino que se destruían puestos de trabajo y aumentaba el paro. Ahora, en cambio, hay que caer hasta el 1,5% de aumento del PIB para que se dé esa situación. Rato debería sentirse orgulloso de ese cambio, fruto de las reformas estructurales acometidas en la pasada legislatura.

Lo más llamativo del nuevo cuadro macro es la previsión de inversión. Ya no aumentará el 4,1%, como estimaba en principio el Gobierno, sino el 3,1%, una cifra más acorde con el frenazo que puede experimentar la construcción residencial el próximo año pero también con la apuesta por la inversión pública que hacen los presupuestos de 2002. Este será el verdadero motor de la actividad productiva el próximo ejercicio porque, además del dinero público que se gaste en estas partidas, servirá de estímulo para la inversión privada a pesar de las muchas incertidumbres que aún persisten.

Por otra parte, como no hay mal que por bien no venga, este menor crecimiento contribuirá sensiblemente a moderar las presiones sobre los precios de consumo y permitirá que 2002 termine con una inflación muy próxima al 2%, el objetivo fijado por el Banco Central Europeo para el conjunto de la zona del euro. El problema, por tanto, no está ahí sino en los presupuestos. ¿Sigue siendo válido el proyecto presentado por el Gobierno a finales de septiembre? Probablemente sí porque las previsiones de ingresos se hicieron con una estimación de crecimiento del PIB del 2,5%. Además, por si se quedaran cortos, no olvidemos que, posteriormente, se ha decidido subir los impuestos especiales. La forma en que se ha hecho, a través de una enmienda en el Senado a la ley de acompañamiento, no es de recibo en una democracia pero, desde el punto de vista presupuestario, permitirá que el próximo ejercicio se mantenga el déficit cero.

Entonces, ¿por qué hacer de tapadillo la revisión del cuadro macroeconómico? Puede que sólo Rato tenga la respuesta.

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