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Emilio J. González

El adiós de Greenspan

En sus dieciocho años al frente de la Fed, Greenspan ha marcado toda una época, ha dejado tras de sí una huella muy profunda difícil de superar para sus predecesores

Si en la década de los ochenta alguien hubiera dicho que el presidente de la Reserva Federal estadounidense iba a ser uno de los personajes más importantes, influyentes y populares en todo el mundo a finales del siglo XX y principios del XXI, nadie le hubiera creído. Pero como la realidad, por lo general, supera a la ficción, resulta que ha sido así. Hay pocas personas en los países desarrollados que puedan decir que nunca han oído hablar de Alan Greenspan, que no sepan quién es ni tengan una cierta idea de cuál ha sido su papel en la economía mundial en los últimos dieciocho años. Pero al maestro le ha llegado la hora del retiro y, desde el 1 de enero de 2006, Ben Bernanke ocupa su lugar al frente de la institución económica y financiera más influyente del planeta.

En sus dieciocho años al frente de la Fed, Greenspan ha marcado toda una época, ha dejado tras de sí una huella muy profunda difícil de superar para sus predecesores. Y sus acciones, o sus palabras, no sólo han afectado a la economía estadounidense sino a todo el mundo. Y es que Greenspan deja tras de sí un legado vital para una economía internacional inmersa de lleno en la globalización y en la aplicación de las nuevas tecnologías a las actividades productivas. Precisamente, es en estos dos campos donde se concentran lo que han sido las aportaciones más importantes del maestro y las que le han deparado ese sobrenombre por el que se le conoce habitualmente.

Greenspan ha sido el primer presidente de la Reserva Federal que ha tenido que vérselas con las consecuencias negativas de la globalización y de la aplicación de las nuevas tecnologías de la información para la economía y las finanzas mundiales. Y ha sabido hacerlo con acierto, enseñando a los demás cómo hay que torear unas crisis que pueden empezar con un problema en cualquier país del mundo, por pequeño y atrasado que éste sea, para extenderse rápidamente por todo el planeta y poner en jaque al sistema financiero internacional. De hecho, nada más llegar a la presidencia de la Fed en 1987, Greenspan ya tuvo que vérselas con la primera crisis de características modernas. Fue en octubre de ese año, cuando se produjo un desplome inexplicable de las bolsas de todo el mundo, provocado en parte por los nuevos sistemas de protección de las inversiones a través de los ordenadores, que iniciaron la venta automática de las acciones ante la caída de sus cotizaciones. La informática, además de tener muchas ventajas, también crea dificultades.

Lo más serio empezó a llegar en 1993, con la suspensión de pagos de la deuda externa de México y el hundimiento del peso, que puso en jaque al sistema financiero estadounidense, principal acreedor de su vecino del otro lado del río Grande. Entonces Greenspan empezó a enseñarnos que la mejor forma de evitar la propagación de las crisis financieras de la globalización a todo el mundo era que la Reserva Federal, o los bancos centrales de los países afectados, garantizasen en todo momento que no faltaría liquidez en el sistema para evitar un efecto dominó pernicioso de quiebras de entidades financieras que arrastraran consigo a otras y, en última instancia, a las economías nacionales. Esa misma estrategia se repitió, también con éxito, en las crisis asiática de 1997 y de la deuda rusa de 1998, que amenazaron con provocar el colapso del sistema financiero internacional, o tras los atentados del 11-S con el fin de evitar que la destrucción de las Torres Gemelas de Nueva York desencadenara un pánico financiero en todo el mundo.

La otra gran aportación de Greenspan fue saber apreciar el impacto que la aplicación de las nuevas tecnologías de la información estaba teniendo en la economía, a través de importantes mejoras en la productividad. Su empleo permitía subir los salarios mucho más que antes sin crear inflación y, por lo tanto, sin necesitar de incrementos de los tipos de interés para frenarla que pudieran acabar con el crecimiento económico. Gracias a ello, Estados Unidos disfrutó durante dieciocho años del periodo más largo e intenso de crecimiento económico y bursátil de toda su historia, lo que no hubiera sido posible si Greenspan no se hubiera percatado de esa nueva realidad y hubiera encarecido el precio del dinero de acuerdo con los principios tradicionales que venían siguiendo hasta ese momento tanto la Reserva Federal como los bancos centrales del resto del mundo.

No obstante, esta forma de Greenspan de manejar la política monetaria tiene sus detractores, que le acusan de haber provocado la burbuja bursátil de las tecnológicas de finales de la década de los noventa, la que vio los excesos de Terra y que acabó por estallar en marzo de 2000 para dar lugar a tres años de crisis en la bolsa. Según los críticos del maestro, éste debería haber empezado a subir los tipos de interés bastante antes de que comenzara a hacerlo en 1998, con el fin de restringir un crédito con el que se compraban las acciones. Puede que esto sea cierto, pero conviene recordar también que la burbuja se alimentó de falsas recomendaciones por parte de los bancos de negocios y casas de bolsa, de perspectivas infladas de grandes y rápidos beneficios y de una escasez de títulos alimentada por los propios bancos de negocios y casas de bolsa que los retenían en sus carteras para cosechar importantes plusvalías provocando la subida de sus cotizaciones.

En cualquier caso, desde el 1 de enero de este año, Greenspan ya no está al frente de la Fed y será posteriormente la historia quien, con la ecuanimidad y la perspectiva que otorga la distancia en el tiempo y el análisis sosegado de los acontecimientos, juzgue realmente a Greenspan y le ponga en su lugar por sus aciertos y sus errores, un lugar que, sin duda, será prominente.

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