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Emilio J. González

El fantasma revive

Hace cinco años, “The Economist” se atrevió a vaticinar poco menos que la inflación había muerto en los países industrializados. El miércoles se pudo ver que no es así. La tasa anual de aumento de los precios de consumo en la Unión Europea se situó en el 2,9% en abril, tres décimas más que en el mes anterior, mientras que en Estados Unidos subió hasta el 3,3%, cuatro décimas por encima del resultado de marzo.

Estos datos, en sí mismos, son representativos de que la inflación todavía es un peligro, y más aún si se tiene en cuenta que la publicación de esos resultados adversos vino precedida de sendos recortes de tipos de interés tanto por parte del Banco Central Europeo como de la Reserva Federal estadounidense.

Desde la óptica europea, casi lo único positivo que se puede decir es que España ha recortado en tres décimas el diferencial de inflación con la zona del euro y, si sirve de consuelo, que el problema del repunte del IPC no es exclusivamente nuestro sino que, por el contrario, afecta a toda la UE. Por lo demás, los datos que se han dado a conocer reafirman la opinión de que Duisenberg no debió rebajar el precio oficial del dinero la semana pasada y que, al hacerlo, probablemente estuvo muy condicionado por las presiones para que la política monetaria apoyase el crecimiento económico en la zona del euro. Con las cifras en la mano, el argumento de que había que bajar tipos porque la Fed iba a hacer lo mismo parece muy endeble por lo que supone de monetizar las presiones inflacionistas y, de esta forma, echar más leña al fuego.

El caso de Estados Unidos es igual de sorprendente. Alan Greenspan trata de aplicar una terapia de choque a la economía estadounidense, para que no entre en recesión, en forma de una drástica relajación de la política monetaria --ha bajado los tipos en dos puntos y medio durante los últimos seis meses--. Pero esta decisión empieza a tener detractores dentro de la propia Reserva Federal, en la que ya se han levantado voces para decir a Greenspan que su principal objetivo debería ser una inflación por debajo del 2%. Y es que la intensa inyección monetaria combinada con un IPC al alza, tanto el índice general como la subyacente (que excluye los elementos más volátiles, como los alimentos y el petróleo), una productividad a la baja y unos costes laborales que en abril crecieron el 5,2%, es un buen caldo de cultivo para un repunte inflacionista.

El salvavidas para la economía estadounidense, por tanto, puede convertirse en un problema a medio plazo, con presiones sobre los precios que exijan nuevas subidas de tipos para contenerlas y, de esta forma, frenar la recuperación económica. Quizá hubiera sido más saludable dejar que EEUU entrase en recesión para que pudiera superar sus dificultades con fuerza y un mejor estado de salud.

La inflación, por tanto, no ha muerto. Por el contrario, es un fantasma que parece amenazar nuevamente a las economías industrializadas por obra y gracia de los bancos centrales.

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