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Emilio J. González

El filo de la navaja

Argentina camina sobre el filo de la navaja. La crisis política es grave, pero aún peor es la crisis económica y social. Éstas dos últimas están muy relacionadas. Las protestas de los ciudadanos y los asaltos a los supermercados tienen su origen en la decisión del Gobierno de dejar de pagar los salarios sociales para atender el servicio de la deuda, pero también porque el Ejecutivo ha dejado de percibir las ayudas del Banco Mundial destinadas a este fin ante el incumplimiento sistemático de lo pactado con el FMI. Y la gente, como es lógico en estas circunstancias, se ha echado a la calle.

Lo más grave de todo, sin embargo, es el problema subyacente, que tiene una de sus principales y más preocupantes manifestaciones en la incapacidad del Gobierno para equilibrar el presupuesto –como pactó con el FMI– y atender al pago de la deuda, porque carece de ingresos suficientes para ello. Ese problema subyacente es el peso, que está sobrevalorado en torno a un 50%, según estiman los analistas. Y es que la moneda argentina está ligada al dólar estadounidense, que se ha mostrado fuerte a lo largo de los últimos años, mientras sus vecinos del Cono Sur devaluaban sus monedas alrededor de un 30% como consecuencia de la crisis financiera internacional de 1997. De esta forma, la economía argentina es incapaz de competir y se ve estrangulada por un tipo de cambio irreal. Resultado: tres años y medio de recesión, la destrucción del tejido empresarial y la salida masiva de dólares de los argentinos en busca de refugios seguros.

Argentina, por tanto, tiene que devaluar. La dolarización es un sueño imposible porque no hay acuerdo político acerca de esta medida ni dólares suficientes en el país para efectuar la operación. Devaluar significa reducir el valor de los ahorros de los ciudadanos y aumentar el de las empresas, endeudadas en la divisa estadounidense. Pero muchas compañías no podrán atender al pago de sus deudas si se devalúa el peso, con lo que se verán abocadas al cierre y despedirán a más trabajadores. O sea, de entrada, la solución de la crisis pasa por profundizar todavía más en ella, al menos a corto plazo.

El problema es cómo quedará la estructura productiva argentina después de la devaluación. Su tejido empresarial ya está bastante destruido y puede padecer todavía más. Mientras, la clase media está desapareciendo a pasos agigantados y la devaluación puede acelerar aún más el ritmo. Es decir, los pilares sobre los que se debe sustentar la recuperación argentina están muy deteriorados. Pero sin devaluación, apenas hay opciones factibles. Y lo malo de todo esto es que Argentina está caminando en el filo de la navaja pero los argentinos se niegan a admitirlo.


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