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Emilio J. González

El pacto que necesita Zapatero

La primera tarea de Zapatero es dejarse de excusas, de buscar por doquier cabezas de turco a las que colgarles el sambenito de la responsabilidad de la crisis, abandonar la demagogia populista acerca de sus causas y aceptar las cosas como son.

El presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, durante su comparecencia ante el Congreso de los Diputados, pidió a todos los demás partidos políticos con representación parlamentaria un pacto para superar la actual crisis económica. Desde luego, ese pacto es necesario con el fin de evitar que las medias que hay que tomar, que son duras, no sirvan de arma arrojadiza en la confrontación política, porque en ese caso y por lo que estamos viendo, este Gobierno seguirá sin hacer lo que tiene que hacer. Pero antes que eso Zapatero tiene que hacer un pacto consigo mismo.

La primera tarea de Zapatero es dejarse de excusas, de buscar por doquier cabezas de turco a las que colgarles el sambenito de la responsabilidad de la crisis, abandonar la demagogia populista acerca de sus causas y aceptar las cosas como son, esto es, que por mucha crisis financiera internacional nosotros ya teníamos la nuestra propia, derivada de la burbuja inmobiliaria y de la constante pérdida de competitividad que se ha venido registrando a lo largo de los últimos años. Poca ayuda va a conseguir ZP si sigue insistiendo en que aquí las cosas no están tan mal como realmente están, en que todo se debe a la ambición desmedida... porque ese no es más que un camino para tratar de eludir responsabilidades.

El segundo punto del pacto que Zapatero necesita hacer consigo mismo es el de comprender y aceptar que un Gobierno está para gobernar, no para echar balones fuera o delegar responsabilidades a otros con tal de no quemarse. A lo largo de los últimos días son varias las voces de peso que se han levantado pidiendo una reforma laboral para poder embridar a la desbocada subida del paro. Primero fue la patronal madrileña, luego la CEOE y ahora el gobernador del Banco de España, por no hablar del FMI y la OCDE, quienes insisten en la necesidad de proceder a la reforma del mercado de trabajo, incluyendo el abaratamiento del despido, como medida de suma importancia para frenar el paro y reducirlo después. Zapatero, sin embargo, no quiere oír ni hablar de ello por el miedo que le tiene a los sindicatos y a la posibilidad de que le puedan convocar una huelga general, posibilidad que, tal y como están las cosas, puede acabar materializándose. Por ello, todo lo relacionado con el mercado de trabajo lo externaliza, hace un outsourcing, y lo fía a un acuerdo entre patronal y sindicatos que difícilmente va a producirse. Por eso Zapatero tiene que hacer un pacto consigo mismo, porque lo que necesita el país y no van a acordar los agentes sociales va a tener que hacerlo el Gobierno, el suyo o el que le siga después.

Y es que la cosa no está para bromas. Más allá de la tomadura de pelo que se trae el Gobierno con las previsiones económicas, más allá de lo lacerante que resulta conocer mes tras mes que el desempleo en España se incrementa en cientos de miles de personas, hay que poner la vista en lo que quedará de la economía española cuando la crisis toque fondo, porque las cosas no van a ser como han venido siendo hasta ahora. Los expedientes de regulación de empleo que un día sí y otro también anuncian las multinacionales instaladas en nuestro país suelen venir acompañados del cierre de líneas de producción que acabarán por trasladarse a otras naciones con costes laborales más bajos que los nuestros, lo cual quiere decir que ni esos empleos ni los de las industrias auxiliares de dichas multinacionales van a recuperarse cuando pase la crisis. Lo mismo cabe decir con sectores como la construcción, que no volverá a ser lo que era, o aquellos otros afectados por la revolución de las tecnologías de la información para los que la crisis es algo más que un periodo de dificultades: es un contrapunto en su trayectoria que les obliga a una reestructuración en profundidad o les lleva a una decadencia inevitable. Y eso por no hablar de un mundo como el del euro que impide devaluar para restaurar la competitividad perdida, una competitividad que sólo se recuperará a base de inversión, mejoras de la productividad y flexibilidad en los mercados de bienes, servicios y trabajo para lo cual hacen falta reformas estructurales. Esas reformas que el Gobierno tiene que diseñar y, una vez preparadas, buscar ese pacto con otros partidos para su aplicación.

Por último, Zapatero tiene que hacer un pacto consigo mismo en el sentido de que, tal y como están las cosas, no puede seguir apostando por la federalización del país como viene haciendo desde hace cinco años. El Estado necesita capacidad de actuación, sobre todo cuando las autonomías, que manejan la mitad del gasto público en España, lejos de ayudar a la solución de la crisis se convierten en parte del problema tirando el dinero a manos llenas. En este sentido, el presidente del Gobierno debe buscar un acuerdo con los entes territoriales con varios objetivos. En primer lugar, que las administraciones empiecen a pagar sus deudas, para lo cual es necesario que las autonomías no sólo dejen de ser morosas sino que, ya que los ayuntamientos dependen orgánicamente de ellas, empiecen también a transferir dinero a las corporaciones locales para que éstas también puedan saldar sus obligaciones. En segundo término, el pacto con las autonomías debe abarcar también una reducción general de impuestos que afecte no sólo al tramo de los tributos estatales, sino también a los autonómicos. Asimismo debe pactar con ellas todas aquellas reformas estructurales que afecten a campos en los que los Ejecutivos regionales tienen competencias, por ejemplo, comercio y vivienda. Sólo así podremos superar la crisis pero, por desgracia, esto depende de un presidente del Gobierno que el único pacto que quiere es que dejen de criticar su nefasta gestión. Por eso, primero Zapatero tiene que empezar por pactar consigo mismo.

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