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Emilio J. González

Empresas inflacionistas

Los datos de inflación correspondientes al mes de febrero han supuesto un ligero revés para el Gobierno. El índice general se situó en el 3,8% interanual y la subyacente, que excluye los alimentos frescos y la energía, subió al 3,3%. Ambas tasas son una décima superiores a las que se registraron en enero, si bien este comportamiento, en cierto modo, era previsible. Todo el mundo sabía que el tabaco incrementó su precio el mes pasado y todo el mundo conoce de sobra cómo se está comportando la cotización del petróleo. Estos son los factores que explican la mayor parte de la subida del IPC en febrero, y como el primero no volverá a repetirse este año y el segundo cambiará de signo en cuanto concluya el conflicto con Irak, ninguno de los dos supone un serio problema para la estabilidad de precios ni altera de manera sustancial el escenario inflacionista que maneja el Gobierno, en el que se prevé que, a final de año, los precios de consumo estén por debajo del 3%.

El problema al que se enfrentan en estos momentos las autoridades económicas españolas en materia de inflación tiene otro origen, que el vicepresidente económico del Gobierno, Rodrigo Rato, ha señalado al hacer un llamamiento a los empresarios para que adapten sus márgenes “a un entorno de estabilidad de precios”. Esto ya lo hemos oído antes, pero, en este caso, puede que sea con razón. Las cifras indican que la demanda interna está a la baja y que los precios suben cuando, por el contrario, deberían contenerse o bajar puesto que no hay presión sobre ellos. Sin embargo, ocurre todo lo contrario y los analistas lo interpretan como una huida hacia delante de las empresas que, ante una desaceleración, incluso caída, de las ventas, tratan de mantener los beneficios de forma artificial con subidas de precios. A muy corto plazo, lo pueden conseguir; a medio plazo están creando el clima para una crisis con inflación, una de las peores cosas que se pueden dar en la economía. Por supuesto, las empresas son libres de hacer lo que quieran, que para eso están en el mercado compitiendo; por supuesto también, la obligación de Rato, a falta de mayores dosis de flexibilidad en el mercado de trabajo que permitan a las compañías adaptarse mejor a una demanda menor, es hacer ese llamamiento para evitar males mayores puesto que el problema en parte consiste en que las reformas estructurales todavía no se han completado, y en parte obedece a la mentalidad que todavía predomina en una buena parte del tejido empresarial español.

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