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Emilio J. González

Esto no ha hecho más que empezar

En la naturaleza de nuestra crisis está la ausencia de política económica durante cuatro años, que ha contribuido sobremanera a deteriorar las expectativas de consumidores y empresarios

La drástica caída en marzo del número de empresas creadas, un 40% menos que en el mismo mes del año anterior, constituye el último dato que habla de la crisis en que se halla inmersa la economía española y permite avanzar que esto no ha hecho más que empezar. ¿Por qué?

En el desplome de la creación de empresas intervienen varios factores. El primero de ellos, obviamente, es la falta de financiación para acometer nuevos proyectos, una escasez de dinero que obedece no tanto a la crisis financiera internacional como a los excesivos riesgos en que han incurrido muchas entidades financieras a través de los créditos al sector inmobiliario que, ahora que la crisis de la construcción ha estallado, no solo limitan su capacidad de financiar a la economía sino que, incluso, colocan en muy serias dificultades a dichas entidades. Todo esto viene en parte como consecuencia de las subidas de los tipos de interés que ha llevado a cabo el Banco Central Europeo para contener la inflación, en parte también porque, debido al abultado déficit exterior, la economía española se ha tenido que financiar fuera y una vez que estalló la crisis hipotecaria en Estados Unidos esa financiación se acabó. La crisis internacional, por tanto, solo es un factor más que empeora las cosas, no el catalizador de los problemas de la economía española, que tienen un origen muy diferente.

En la naturaleza de nuestra crisis está la ausencia de política económica durante cuatro años, que ha contribuido sobremanera a deteriorar las expectativas de consumidores y empresarios, segunda razón por la que se crean menos empresas. Para cambiar las cosas hace falta una apuesta decidida por parte del Gobierno para adoptar las medidas económicas necesarias, empezando por un verdadero respaldo del presidente, José Luis Rodríguez Zapatero, a hacer lo que hay que hacer. Pero aquí ni hay medidas, ni hay respaldo ni hay nada de nada; sólo ministros peleados y medidas de naturaleza populista que van a agravar los problemas más que resolverlos. Aquí no hay liderazgo político para afrontar la crisis y ante la ausencia del mismo es difícil que las expectativas se recuperen. Sin esa mejora no habrá más empresas generadoras de empleo que se conviertan en alternativa para los que están perdiendo su trabajo y los que lo pueden perder en el futuro.

El paro, en consecuencia, parece condenado a seguir subiendo, hasta tasas del 13% y el 14%, según varios estudios, y eso va a crear más problemas todavía. Más paro implica menos consumo y, por tanto, menos crecimiento. Pero más desempleo supone también un aumento de los impagos de los créditos, de la morosidad, que va a castigar con especial fuerza a aquellas entidades financieras más débiles. Si ahora hay problemas de crédito para financiar la economía, las cosas se pueden poner peor en cuanto llegue la segunda oleada de la crisis.

Mientras tanto, el petróleo sigue marcando nuevos máximos históricos y los precios de los alimentos no paran de subir. Las noticias que van llegando de otros lugares del mundo al respecto no son nada tranquilizadoras. Pongamos por ejemplo el caso del arroz. Por un lado, los principales países productores quieren constituir un cartel como la OPEP para regular su producción y sus precios, por supuesto, siempre para ganar más dinero. Por otro, empiezan a notarse escaseces del mismo: Wal-Mart, la principal cadena estadounidense de supermercados, ha racionado a cuatro sacos de arroz la cantidad a vender a los restaurantes; en Canadá, las familias están haciendo acopio de arroz ante el temor de un desabastecimiento futuro. Todo esto impulsa su precio al alza en los mercados internacionales, en los cuales, por ahora, todas las materias primas, ya sean alimentos, minerales o petróleo, se contratan en dólares. Y aquí viene otra parte del problema porque el dólar ha empezado a subir respecto del euro, encareciendo la factura que pagan los europeos por estos productos mucho más. Eso se nota en el bolsillo de los españoles en forma de menor capacidad aún de consumo, con su derivada en forma de menor crecimiento y menos empleo.

El escenario, desde luego, no invita al optimismo. La única posibilidad de evitar lo peor pasa porque la economía de Estados Unidos se recupere pronto y con fuerza y porque la crisis de los países avanzados, así como la subida de las materias primas, no golpeé con dureza a las economías emergentes de Asia. En caso contrario, esto no habrá hecho más que empezar.

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