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Emilio J. González

Herido de gravedad

La Comisión Europea acaba de constatar que Francia, Alemania, Italia y Portugal no serán capaces de alcanzar el equilibrio presupuestario en 2003-2004, tal y como prevé el Pacto de Estabilidad. Este hecho debería suscitar una profunda reflexión sobre el espíritu y la calidad de las políticas fiscales en el seno de la unión monetaria europea. Lo de Portugal ha sido una sorpresa, porque su falta de disciplina presupuestaria se ha conocido gracias al cambio de Gobierno producido en las últimas elecciones, ya que el nuevo Ejecutivo de centro derecha sacó a la luz la falsedad de las cuentas públicas que había ocultado el Gobierno socialista. Pero Bruselas no sabía nada, a pesar de que todos los años tiene que remitir antes de que concluya febrero las cuentas del ejercicio anterior, como cualquier otro Estado miembro del euro. Sin embargo, los servicios de la Comisión no se dieron cuenta de nada y habría que preguntarse por qué.

El caso de Italia se veía venir desde 1998. Entró en el euro con bastantes dudas acerca del cumplimiento real del criterio de convergencia en materia presupuestaria –tener un déficit público inferior al 3% del PIB- y de su capacidad para avanzar hacia el equilibrio presupuestario debido a la falta de reformas estructurales por el lado del gasto. El tiempo ha dado la razón a quienes sospechaban que había algo raro. Pero el marasmo económico italiano es un caso aislado en el conjunto de la zona del euro.

Lo más preocupante es lo de Alemania y Francia. Ambas suponen conjuntamente el 50% de la economía de la zona del euro, con lo que lo que pase con ellas afecta al conjunto de la unión monetaria. Los dos países, además, tienen dos características comunes en su falta de disciplina fiscal: ésta se ha originado por bajar los impuestos sin reformar los gastos y en cuanto se ha debilitado la coyuntura ha vuelto el déficit, y ni el Gobierno alemán ni el francés han mostrado en los últimos años mucho interés por cumplir el Pacto de Estabilidad y acercar sus saldos presupuestarios al equilibrio. Todo esto es lo verdaderamente grave, ya que ha puesto en cuestión el propio pacto y, con él, la credibilidad del euro y de la unión monetaria como área económica.

Con todo ello, el Pacto de Estabilidad no está muerto, pero sí herido de gravedad. Francia y Alemania no muestran interés por su contenido porque no quieren abordar las reformas estructurales necesarias y dolorosas, aunque puedan rendir después frutos importantes en términos de crecimiento económico y empleo, y la Comisión Europea falla a la hora de hacer su trabajo. Ahora Bruselas intenta arreglarlo con un parche consistente en ampliar hasta 2006 el plazo para que estos cuatro países se aproximen al equilibrio fiscal. Pero esta decisión es un mal precedente que lanza a todos -a la zona del euro y al resto del mundo- el mensaje de que el Pacto es flexible en función de las conveniencias. Eso puede significar su final.

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