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Emilio J. González

La candidez de Cándido

Ha pasado un año desde la celebración de las últimas elecciones generales y hay quien todavía no se ha enterado de lo que significa que el PP obtuviese la mayoría absoluta en las urnas el 12 de marzo de 2000. Uno de esos personajes es Cándido Méndez, el secretario general de la UGT. Así, mientras en el PSOE tienen las ideas claras acerca de las dificultades que tendrán los socialistas para ganar a los populares en las próximas generales, el líder ugetista, por el contrario, se muestra plenamente convencido de que la estrella del partido que preside José María Aznar se eclipsará al concluir esta legislatura. En el fondo, Cándido hace honor a su nombre y sigue pensando, como los viejos felipistas, que España es socialista hasta la médula y lo de que Aznar ocupe ahora La Moncloa es poco menos que un accidente de la historia.

Cándido ha dejado patente su candidez en varias ocasiones a lo largo de esta legislatura. Cuando el pasado mes de mayo Aznar recibió por separado a Méndez, Fidalgo y Cuevas para hablar de la necesidad de sacar adelante una nueva reforma laboral, el líder ugetista desempolvó la chaqueta de pana y las ideas del sindicalismo reivindicativo para decir que no. Sólo que Fidalgo dijo tal vez y dejó a Méndez fuera de juego. Después vino la negociación de la reforma laboral y volvió a suceder lo mismo. Comisiones Obreras dijo vamos a ver que quiere sacar adelante el Gobierno y tratemos de influir en sus decisiones. UGT, por su parte, replicó que de reforma nada y que el Ejecutivo legisle si tiene atributos masculinos para hacerlo, con lo que rompió cualquier posibilidad de acuerdo, aunque también hay que decir que la central sindical socialista no es la única culpable. Eso sí, el Gobierno no dudó en aplicar el BOE.

Ahora, Cándido quiere lanzar un tercer órdago, después de haber perdido los dos anteriores, y para ello elige, ni más ni menos, que convocar una huelga general. Por supuesto, el sentido común ha imperado entre José María Fidalgo y los suyos de CCOO y han respondido que vamos a sentarnos primero a la mesa de negociaciones. Méndez ha vuelto a quedarse fuera de juego. Y es que en su cabeza parece que no acaban de entrar algunas cosas. Por ejemplo, que el Gobierno del PP está solidamente asentado en una cómoda ventaja sobre el PSOE, según las encuestas de intención de voto del CIS, y no va a caer así como así. O que el sindicalismo moderno no es reivindicativo ni está para hacer política, sino para ofrecer servicios a los trabajadores porque en los demás terrenos están perdiendo la partida frente a las ONG. O que es imposible movilizar a la sociedad española en una huelga general contra el Gobierno después de que el PP crease dos millones y medio de puestos de trabajo en la pasada legislatura, que bajase los impuestos y que aplicase una política económica ortodoxa que permitió un recorte drástico de los tipos de interés --los que tienen una hipoteca a tipo variable vaya si lo han notado--.

La convocatoria de una huelga general, por tanto, es un suicidio. Así lo entiende Fidalgo, que se decanta por aplicar el sentido común aunque no le gusten las formas empleadas por el Gobierno en el asunto de la reforma laboral. Méndez, por el contrario, sigue pensando en aquel sindicalismo sesentaiochista que ya es historia al que bastaba con pronunciar una perorata anticapitalista y antiliberal para movilizar a las masas de obreros y estudiantes en contra del poder Ejecutivo. Y, sobre todo, sigue convencido de que utilizando a la UGT para hacer una política de desgaste contra el Gobierno abrirá las puertas a una victoria socialista en las próximas generales. Pocas veces un nombre propio definirá también a una persona como en el caso de Cándido Méndez.

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