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Emilio J. González

La catástrofe total de Zapatero

Ésta es la fórmula ZP para afrontar una crisis sin precedentes: no hacer nada en materia laboral, aprobar la primera ocurrencia que se le viene a la mente y gastar y gastar el dinero que no tiene.

En su última comparecencia ante el Pleno del Congreso, durante la sesión semanal de control al Gobierno, Zapatero afirmaba con toda rotundidad que podía certificar que el Ejecutivo tenía un plan para afrontar la crisis. A todos nos gustaría creerle, pero lo cierto es que el Ejecutivo ni tiene plan ni, por lo que estamos viendo, la menor intención de aprobarlo, sino todo lo contrario. ZP sigue viviendo en su torre de marfil, pensando que sus escasas políticas de corte socialdemócrata y la suerte –en forma de cambio de tendencia a nivel mundial a mediados de 2010– van a sacarle las castañas del fuego evitando verse obligado a hacer lo que hay que hacer por mucho que vaya en contra de su forma de pensar y sea impopular. Por el contrario, su dejadez puede provocar males nunca conocidos en la economía española en tiempos modernos, ni siquiera durante los años de la Gran Depresión.

El presidente del Gobierno pretende hacernos creer que esa variante del PER –los 8.000 millones de euros que el Estado va a dar a los ayuntamientos para que contraten personas con el fin de rehabilitar y mejorar las ciudades y pueblos de nuestro país– es la panacea contra el paro y el tipo de medidas que requiere la crisis. Esa política no sólo va a ser pan para hoy y hambre, mucha hambre, para mañana, sino que además es vieja: Zapatero cree que no nos acordamos de que cuando negaba la crisis, porque estábamos en campaña electoral, ya dijo que tomaría medidas para que las corporaciones locales contrataran trabajadores con el fin de paliar el impacto sobre el empleo de la caída de la construcción. Los 8.000 millones no son más que la cuantificación económica de aquel plan para amortiguar la crisis del ladrillo, pero envuelto de otra forma: como el bálsamo de Fierabrás para los males de la crisis económica; pretende que nos lo creamos y confiemos en él a ciegas.

Lo mismo cabe decir de aquella promesa de reunir la mesa del diálogo social en cuanto ganara las elecciones. Aquí ni hay convocatoria, ni mesa, ni nada de nada porque aquello no era más que hablar por hablar, sabiendo que sindicatos y patronal no se iban a poner de acuerdo en las medidas a tomar para frenar el grave proceso de destrucción de empleo que está teniendo lugar en España. Ésta es la fórmula ZP para afrontar una crisis sin precedentes: no hacer nada en materia laboral, aprobar la primera ocurrencia que se le viene a la mente, copiar lo primero que ve que hacen otros países sin pensar si aquí se necesita o no y gastar y gastar el dinero que no tiene ni va a entrar en las arcas de Hacienda en los próximos meses.

Si todo quedara en la destrucción de empleo y en una escalada del paro, que puede superar el 18% en 2010, las cosas, aunque graves, no serían críticas, salvo para el sistema público de pensiones que, a causa de la caída en la afiliación a la Seguridad Social, va a ver adelantado el momento en que sus cuentas volverán a teñirse de rojo déficit, comiéndose, de esta forma, el margen que se había ganado en los últimos diez años para ir arbitrando soluciones más allá de recortar las pensiones futuras.

Pero a esto, hay que sumar el grave deterioro en las cuentas públicas que van a producir las "alegrías presupuestarias" de Zapatero; alegrías que, por lo visto, no tiene intención de parar, como acabamos de comprobar con su anuncio de que subirán las prestaciones por desempleo. La pregunta que nos hacemos todos es con qué dinero piensa financiar tanto gasto. Los mercados también se la hacen y ya están castigando a España con nuevas subidas de la prima de riesgo (expresadas en un diferencial de tipos de interés entre el bono español y el alemán que esta semana ya se ha situado en las ocho décimas cuando hace menos de un mes estaba en torno a las cuatro). Además, ya hay algunos analistas que están echando cuentas acerca de hasta dónde va a escalar el déficit público y hay quien habla de que en 2010 podría llegar a la escalofriante cifra del 8% del PIB, lo que no sólo nos alejaría de los países centrales de la Unión Europea sino que situaría a España al mismo nivel que Hungría, el Estado menos serio y más castigado de Europa a cuenta de un desequilibrio fiscal de magnitud ligeramente superior. La situación se acerca cada vez más a la de catástrofe total.

Con políticas como las de Zapatero, semejante agujero fiscal tardaría decenios en cerrarse y se cobraría muchas víctimas en forma de una larga depresión y un incremento todavía mayor del paro: y es que semejante déficit impondría tipos de interés muy altos para financiarlo que, incluso, cuestionarían nuestra pertenencia al euro. No hay que olvidar que una cosa es que la Unión Europea autorice déficits temporales superiores al 3%, debido a la que está cayendo en la economía mundial, y otra muy distinta que eso implique tener carta blanca para que cada Gobierno pueda hacer lo que le venga en gana sin tener en cuenta las exigencias y disciplinas propias de una unión monetaria. Asimismo, con semejante déficit presupuestario, ¿qué se va a hacer con un sistema de pensiones que en los próximos años entrará en números rojos?

No me gusta ser catastrofista pero o el Gobierno empieza a actuar pronto y bien o cuando acabe la presidencia de Zapatero, España no es que vaya a quedar como un solar, sino que puede verse convertida en un desierto en el que no habiten ni las lagartijas. Y lo malo es que la oposición se limita a decir, como le respondió Rajoy a Zapatero, que en los ocho años de Gobierno del PP se creó mucho empleo sin presentar, además, un plan de política económica para afrontar la crisis. Así se las ponían a Felipe II, porque a Zapatero le ha bastado con contestar que el PP ni tiene plan ni equipo para salir bien parado de la batalla dialéctica, dejando tras de sí la triste sensación de que no hay alternativa a los socialistas, que es lo que el presidente busca deliberadamente para atenazar el ánimo de los españoles.

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