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Emilio J. González

La hora de la verdad

Cuando el próximo lunes cierre Wall Street, podrá empezar a saberse la profundidad de la herida que causaron el pasado martes los terroristas islámicos a la economía estadounidense y, en consecuencia, a la mundial. La magnitud del desastre material ya la conocemos, la del humano la imaginamos, la del económico empezaremos a averiguarla dentro de tres días.

La primera sesión de la Bolsa neoyorkina adquiere especial relevancia por varios motivos. En primer término, uno de los objetivos del ataque del martes era sembrar el caos en la economía estadounidense, asestar un duro golpe en el aparato cardiovascular de la actividad productiva norteamericana. La jornada del lunes será el primer termómetro que indicará si Ben Laden ha tenido éxito.

Un elemento fundamental, en este sentido, será la actitud de los inversores, de los grandes y de los pequeños. Si se producen ventas en masa, el hundimiento del mercado de valores estará casi garantizado. El golpe para la confianza en la economía americana, entonces, será muy duro y, con seguridad, la llevará a la crisis, arrastrando tras de sí a las economías europeas. Por el contrario, si al cierre la caída es razonable, el peligro habrá pasado.

La sesión del lunes, de todas formas, hay que abordarla con cierto optimismo dentro de la gravedad de la situación. Las encuestas publicadas el viernes dicen que el 99% de los inversores en Wall Street mantendrán sus acciones, pase lo que pase. Si sus palabras se convierten en hechos, la jornada bursátil será volátil pero no dramática. Eso sí, lo más probable es que la sesión se inicie con una fuerte caída por las ordenes de venta acumuladas en los ordenadores a lo largo de los últimos días. Pero después es probable que el Dow Jones empiece, si no a recuperarse, si a moderar la bajada. Hay muchos interesados en que así sea y, con toda seguridad, actuarán para tratar de aguantar las cotizaciones, cosa que será relativamente fácil si se tiene en cuenta que una buena parte de los operadores no podrá actuar, al menos durante unas semanas, lo que disminuirá el volumen de contratación y facilitará la amortiguación de las presiones bajistas.

Evidentemente, los precios de las acciones, de la mayoría de ellas, tenderán a reducirse para adaptarse al nuevo escenario de posible menor crecimiento económico y de peores expectativas sobre los beneficios empresariales. Eso entra dentro de lo normal y casi se da por descontado. Lo importante es que, en medio de todo, no cunda el pánico vendedor porque entonces el desastre podría estar garantizado. Las autoridades políticas, económicas y monetarias están trabajando intensamente para que el miedo no anide en el corazón de los inversores. Desde Bush con su petición en su primera intervención tras el ataque, cuando dijo que había que continuar con los negocios, hasta el secretario del Tesoro, pasando por el presidente de la Reserva Federal o el presidente de la Bolsa de Nueva York, no hacen más que enviar mensajes para que reine la calma. Si lo consiguen, se habrá evitado el caos. Y pueden lograrlo. Eso es lo que empezará a proporcionar una idea real de la magnitud del desastre económico que hayan podido causar los fanáticos suicidas de Ben Laden

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