Nicolás Redondo dio la estocada a la UGT con el escándalo de la PSV; Cándido Méndez puede darle la puntilla por devolver a la central al sindicalismo reivindicativo, político y de confrontación. La dimisión el martes por la tarde de Pedro Díaz Chavero, el hasta ahora número tres “ugetista” y representante del sindicato en la negociación de la reforma del Pacto de Toledo, es el primer signo de lo que puede llegar a suceder.
Méndez no ha entendido que los sindicatos de este siglo XXI que acaba de comenzar tienen poco o nada que ver con los de hace cien años. Por entonces, las centrales sindicales reclamaban cuestiones como la jornada diaria de ocho horas, un salario digno o el sufragio universal, cosas todas ellas que hoy forman parte del acervo cultural de Occidente y del día a día de las empresas. También tenían un carácter político muy fuerte y su aspiración última era la revolución del proletariado, postulados todos ellos que han abandonado en la actualidad, tras constatar los europeos lo que de verdad significa el paso del marxismo teórico al práctico en los países ex comunistas del centro y este de Europa.
Hoy por hoy, el eje central de las centrales es un sindicalismo cada vez más de servicios y cada vez menos reivindicativo. El asesoramiento laboral a los trabajadores para sobrevivir a la globalización y aprovechar sus oportunidades. Incluso, van más allá y copian el modelo alemán en el que los sindicatos promueven asociaciones culturales o cooperativas de vivienda, eso sí, gestionadas de forma tan eficiente como honrada. Pero apenas entran directamente en política porque sus representados quieren que se dediquen a defender sus intereses, no los de los partidos socialistas, y porque los propios partidos de izquierda se muestran cada día más incapaces de acoger a los excluidos del sistema, a sus críticos y a los idealistas, que encuentran la salida natural a sus inquietudes en las ONGs y, por tanto, engrosan sus filas.
Comisiones Obreras hace tiempo que comprendió perfectamente cuáles son las nuevas coordenadas de su actividad; UGT, por el contrario, parece que no lo ha entendido nunca, y menos ahora que Cándido Méndez quiere hacer del sindicato que dirige un arma de desgaste político contra el Gobierno del PP para ayudar a que el PSOE vuelva al poder lo antes posible. De esta forma, Méndez rechazó de plano una reforma laboral que debe prolongar la actual fase de creación de empleo, se lanzó de plano a la convocatoria de una huelga general en unos momentos de incuestionable prosperidad económica y ahora acaba de poner la guinda al pastel con el por ahora rechazo al pacto de pensiones al que llegaron el Gobierno y CCOO el pasado viernes.
¿Cómo explicar a sus bases y a sus simpatizantes el rechazo a un acuerdo que Comisiones Obreras ve bien --sube las pensiones más bajas, mejora el fondo de reserva del sistema de pensiones, no amplía el periodo de cómputo de la pensión más allá de los quince años-- que, incluso, el propio Díaz Chavero quiere firmar? No hay forma de hacerlo y eso, sin duda, va a tener un coste para una UGT cuya presencia en la sociedad española, si no rectifica el rumbo, puede ser dentro de no mucho tiempo un mero testimonio del pasado.
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