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Emilio J. González

La terapia de Greenspan

Alan Greenspan se pasó dos años advirtiendo a los estadounidenses del peligro de lo que calificó como "exhuberancia irracional de los mercados" y ahora tiene que acudir en auxilio de las víctimas de la explosión de la burbuja financiera. La terapia de choque ha consistido en un recorte de medio punto en los tipos de interés, que se han quedado en el 5%, y el anuncio de la predisposición de la Reserva Federal a seguir relajando la política monetaria si fuera necesario para evitar que la economía de EEUU, que muestra signos de debilidad más que evidentes, entre en recesión.

Desde un punto de vista técnico, la decisión de la Fed podría ser correcta. El crecimiento económico estadounidense, que lleva diez años maravillando a todos por la longitud e intensidad de la actual fase expansiva, se ha frenado bruscamente y en el último trimestre sólo aumentó el 1,1%. La causa es el desplome del Nasdaq, que arrastró tras de sí al Dow Jones y a la confianza de unos consumidores que, de la noche a la mañana vieron como las fuertes ganancias en Bolsa de los últimos años se desvanecían como un castillo de naipes. En consecuencia, los estadounidenses restringieron sus gastos y se inició el círculo vicioso de exceso de inventarios, caída de la producción industrial y recorte de plantillas, como preludio de una crisis que ahora Greenspan trata de evitar por todos los medios a su alcance.

Sin embargo, la decisión de la Reserva Federal plantea dos problemas. El primero de ellos es que el objetivo primordial de un banco central es la estabilidad de precios y, con carácter secundario, el apoyo al crecimiento económico. Es cierto que, por ahora, algunos indicadores de presiones alcistas sobre los precios, como la cotización del oro y de otras materias primas o los bonos del Tesoro indiciados con el IPC, no han dado la señal de alarma de que la inflación pueda dispararse. No obstante, otros indicadores, como los precios industriales o los salarios, empiezan a mostrar síntomas de recalentamiento en la economía estadounidense. Y eso siembra la duda respecto a si el último recorte de tipos, el tercero en lo que va de año, no encierra en sí mismo el germen de un repunte de la inflación.

El segundo problema es el del riesgo moral. Los inversores, esto es, los consumidores, se lanzaron a colocar masivamente su dinero en los sectores tecnológicos, pensando que allí estaba la gallina de los huevos de oro, sin tener en cuenta los riesgos asociados con ellos, y ahora se han dado de bruces con la realidad. En el pasado, EEUU criticó los planes de rescate del FMI en la crisis del peso mexicano de 1995, la crisis asiática de 1997 y la crisis rusa de 1998, aduciendo, precisamente, el argumento del riesgo moral, esto es, que la realización de inversiones sin tener en cuenta los riesgos porque después el FMI --en este caso, la Reserva Federal-- acude al rescate y minimiza las posibles pérdidas.

Hoy por hoy, los estadounidenses ya saben que la Fed hará lo posible porque se no se arruinen en Bolsa. Tal vez esto pueda tener una explicación en un país como Estados Unidos, que en 1929 se vio inmerso en la peor crisis económica y social de toda su historia por culpa, entre otras razones, de que la Reserva Federal se equivocó en su política monetaria y no supo dar la respuesta adecuada al crack de Wall Street de octubre de ese año. Pero no es aceptable en estos momentos y menos aún con el sector tecnológico en plena ebullición, en el que todavía tienen que definirse los grandes éxitos y los grandes fracasos propios de una revolución económica y social como la actual. Greenspan, por tanto, puede haber salvado a la economía estadounidense a corto plazo. El tiempo dirá si lo ha hecho también a medio y largo plazo.

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