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Emilio J. González

La trampa del empleo a tiempo parcial

Zapatero, que no sabe, o no quiere aprender cómo reducir el paro, ahora viene a rescatar una idea anticuada y falsa como alternativa a la reforma laboral que pide a gritos este país.

Un país teóricamente avanzado cuya tasa de paro duplica a la media de la Unión Europea tiene un serio problema. Es el caso de España, cuyo nivel de desempleo se situó en el 18,1% de la población activa en el segundo trimestre de 2009, frente a un promedio comunitario del 9,4%. Hace tres años, por el contrario, ese porcentaje se encontraba prácticamente al mismo nivel que la media de la UE. A la luz de estas cifras, está claro que nuestro país tiene un serio problema con su mercado de trabajo, pero el Gobierno prefiere mirar hacia otra parte en vez de acometer la necesaria reforma laboral y busca soluciones alternativas donde no las hay. ¿La última? La idea que acaba de expresar Zapatero de impulsar el empleo a tiempo parcial, lo cual, además de un parche, es una trampa.

Eso del trabajo a tiempo parcial no es nuevo. Por el contrario, esta idea estuvo en boga durante la crisis del empleo de la década de los 80, resultado tanto de la necesaria reconversión industrial como de las consecuencias del segundo ‘shock’ del petróleo. Entonces los sindicatos y los socialistas más rancios lo denominaban reparto del trabajo y lo defendían porque partían de una concepción equivocada, de inspiración marxista, de la situación económica tanto española como internacional. Según esta forma de entender las cosas, la evolución de la economía había llegado a un punto en que su crisis había adquirido un carácter estructural, tal y como había predicho Marx, y, por tanto, era incapaz de crear nuevos empleos, por lo que había que repartir los existentes. Luego la historia demostró cuan equivocada estaba semejante concepción porque lo que le pasaba a las economías en aquel tiempo era que adolecían de un exceso de regulación, de peso excesivo del Estado en la economía, de demasiado gasto público, de impuestos muy elevados y de déficit presupuestarios insostenibles, financiados a golpe de deuda pública colocada a tipos de interés prohibitivos. Reagan y Thatcher, con sus políticas, se encargaron de demostrar en la práctica que las cosas sólo eran así cuando se seguían las ideas y se tomaban las medidas inadecuadas. En España hubo que esperar a que el Partido Popular llegara al poder en 1996 para echar por tierra semejante falacia con los más de cinco millones de puestos de trabajo creados durante los ocho años de mandato de Aznar. Pues bien, Zapatero, que no sabe, o no quiere aprender, ahora viene a rescatar una idea anticuada y falsa como alternativa a la reforma laboral que pide a gritos este país. Mucho me temo que, a partir de ahora, semejante ocurrencia va a conformar el eje central de las propuestas del Gobierno en política de empleo.

¿Qué ganaría con ello Zapatero? Pues muy sencillo, si consigue que por cada puesto de trabajo haya dos personas a tiempo parcial, en lugar de una a tiempo completo, de entrada reduciría las escandalosas cifras del paro. Desde luego, no serían empleos de ocho horas diarias, pero si la gente trabaja a tiempo parcial, deja de engrosar las ya de por sí abultadas filas del Servicio Nacional de Empleo. Por supuesto, esto es hacer trampa. Lo mismo que con el impacto presupuestario de semejante medida porque se reducirían los pagos de prestaciones por desempleo y aumentarían las cotizaciones a la Seguridad Social. Nuevamente esto sería una trampa para encubrir la muy grave situación socioeconómica a la que se enfrenta nuestro país. O sea, al final, y como siempre con este Gobierno, todo sería una cuestión de maquillar como sea las cifras para intentar ocultar la tan desagradable realidad. Si ahora Zapatero está creando puestos de trabajo de forma artificial con su Plan E –que, por lo visto, va a tener una segunda edición a partir de septiembre– lo que puede venir a continuación es una reducción del paro igualmente ficticia. Alabemos, pues, la imaginación económica de nuestro Gran Timonel, porque a nadie en la Unión Europea se le había ocurrido semejante cosa.

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