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Emilio J. González

Las razones de Duisenberg

Entre lo deseable y lo posible hay veces en que existe una distancia tan importante que necesita tiempo para recorrerse, porque forzar la máquina puede acabar siendo perjudicial para alguien. Esto es lo que sucede con la adhesión de los países del este a la Unión Europea. Las antiguas naciones comunistas se incorporarán a la UE desde el primer momento con todos sus derechos y obligaciones, pero eso no tiene por qué implicar una entrada inmediata en la unión monetaria, porque no sería bueno para ellos. Algo en lo que tiene toda la razón el presidente del Banco Central Europeo, Wim Duisenberg, cuando dice que los candidatos deberían esperar un tiempo razonable antes de fusionar sus divisas con la moneda única.

La incorporación de los países del este a la eurozona significaría la entrada en una unión monetaria cuya divisa es fuerte en comparación con las monedas de los países candidatos. La ampliación de la unión monetaria podría tener cierto efecto sobre la cotización del euro, debilitándolo, pero no sería muy significativo, al menos para las economías de los nuevos miembros de la UE que, en cualquier caso, se verían obligados a trabajar con una divisa bastante más fuerte que las suyas. Eso sería un drama para sus respectivos aparatos productivos, porque perderían mucha competitividad y podría sucederles, con toda probabilidad, lo mismo que pasó en España a finales de la década de los ochenta y principios de los noventa cuando el entonces ministro de Economía, Carlos Solchaga, apostó por una peseta fuerte y, como consecuencia de ello, desapareció la mayor parte del tejido empresarial de nuestro país. Si los países del este se incorporan al euro desde el primer momento les sucedería lo mismo, con el agravante de que son economías mucho menos desarrolladas de lo que lo era la española hace diez años.

Un segundo problema es el del cumplimiento de los criterios de convergencia para poder acceder al euro, esto es, un déficit presupuestario por debajo del 3%, una inflación que no supere en más de un punto y medio al promedio de los tres países menos inflacionistas de la eurozona y unos tipos de interés a largo plazo que no superen en más de dos puntos a los de los tres países que se utilicen como referencia para el criterio de inflación, más dos años de estabilidad cambiaria de sus monedas respecto al euro. Estas exigencias, si se tienen que satisfacer en un periodo de tiempo muy corto, pueden ser muy perjudiciales para los países candidatos porque los ajustes que tienen que hacer en sus economías para poder acceder al euro son muy drásticos y eso podría deprimir su crecimiento económico de forma notable.

Además, con un acceso rápido al euro puede surgir un tercer problema. Los países del este necesitan muchas reformas estructurales para liberalizar y flexibilizar sus aparatos productivos. Sin ellas, y con un precio oficial del dinero muy bajo, la inflación seguirá siendo un problema para ellos que se vería agravado dentro de la unión monetaria porque no podrían manejar los tipos de interés para combatirla. Eso sería una verdadera catástrofe para estos países porque inflación significa empobrecimiento, menos crecimiento económico y más paro. Por esta vez, y sin que sirva de precedente, Duisenberg tiene razón.

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