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Emilio J. González

Muro de contención

Cuando en julio de 1997 la rupia tailandesa se desplomó en los abismos cambiarios, nadie podía presagiar que el hundimiento de la moneda de uno de los por entonces célebres ‘tigres asiáticos’ daría lugar a la primera crisis económica y financiera de la globalización. Hoy nadie quiere que vuelva a suceder lo mismo debido al ‘efecto tango’, es decir, la extensión de la crisis argentina al resto de Sudamérica y, a partir de ahí, a todo el mundo. Por ello, tanto el Fondo Monetario Internacional como el secretario del Tesoro estadounidense, Paul O’Neill, han empezado a diseñar las estrategias adecuadas para evitar el efecto dominó, y todas ellas giran en torno al mismo eje central: hacer de Uruguay el muro de contención.

Todo consiste en que no falte liquidez en dólares en los bancos uruguayos para que todos aquellos ahorradores del país y de Argentina que tienen su dinero depositado en estas entidades pueda retirarlo sin problemas. Se trata, en definitiva, de que en ningún momento quiebre la confianza en el sistema bancario, a diferencia de lo sucedido en Argentina tras la aprobación del ‘corralito’ porque su sistema crediticio ha quedado prácticamente arrasado. Por ello, EEUU y los organismos financieros multilaterales se han apresurado a poner en marcha préstamos y programas de ayuda a Uruguay, de forma que la banca pueda atender a sus actividades ordinarias sin drenar las reservas de divisas del Banco Central de Uruguay y la capacidad del país para atender el servicio de la deuda externa.

Esta política supone un giro radical en las opiniones de la administración Bush acerca del FMI y de las ayudas internacionales. Antes renegaban de todo ello porque incitaba al riesgo moral, esto es, a consolidar las políticas económicas erróneas en los receptores de las ayudas porque con ellas, y con la inversión internacional que llevan asociadas, se crean los incentivos para no resolver nunca los problemas. Ahora, sin embargo, no dudan en acudir a los métodos que antes denostaban.

No obstante, conviene hacer una precisión. El caso de Uruguay dista mucho de ser el mismo que el de Argentina. Su economía estaba saneada hasta que llegó la crisis al otro lado del río de la Plata y los argentinos acudieron a los bancos uruguayos a retirar masivamente sus dólares depositados en ellos. Por tanto, lo que afronta el país es una crisis temporal de liquidez, no un problema de políticas económicas insanas. Y esto sí puede justificar los préstamos del FMI, de la misma forma que un banco con estrecheces coyunturales de tesorería puede acudir al mercado interbancario o al banco central de su país en busca de créditos a corto plazo para superar esa situación.

Con Brasil sucede más o menos lo mismo. La economía del país está notando las consecuencias de la crisis argentina porque Argentina es el principal cliente de sus exportaciones. Sin embargo, la causa del desplome del real, con las consecuencias que ello trae para los pagos de la deuda externa que vencen en los próximos meses, no es la coyuntura económica sino la política. Los mercados temen la victoria de ‘Lula’ Da Silva y penalizan el real por ello, pero en cuanto pasen las elecciones presidenciales este panorama puede cambiar. El problema en este caso es que algo habitual cada vez que hay comicios en el país, como es la caída de la moneda, se ha amplificado como consecuencia de la situación argentina y uruguaya, pero eso no es una debilidad estructural como la de su vecino del sur, sino una mera circunstancia coyuntural que, por tanto, se puede tratar de la misma forma que el caso de Uruguay.

Por tanto, la estrategia del FMI y de EEUU puede ser adecuada, puesto que no presenta problemas desde el punto de vista del riesgo moral. Este punto debe hacer reflexionar a muchos sobre cómo evitar crisis financieras en el futuro y sobre la rapidez y agilidad necesarias para identificar con prontitud cuándo se puede incurrir en riesgo moral y cuándo no porque eso es lo que debe tenerse en cuenta en primer lugar a la hora de concederse préstamos a países.

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