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Emilio J. González

Operación desastre

ZP quiere aprovechar el semestre español en la UE para exhibirse por todas partes como un pavo real en celo, y no está dispuesto a que las cajas le estropeen el brillante plumaje que cree estar diseñándose para la ocasión.

Zapatero está cometiendo muchos errores, y muy serios, en la gestión de la crisis económica. Pero uno de los más graves, probablemente, es su empeño a toda costa, y a cualquier precio, en que en España no quiebre ninguna entidad financiera, básicamente una caja de ahorros. El presidente del Gobierno, que tanto alardeó por el mundo de que el sistema financiero español era el más saneado de todos y de que aquí no había entidades con problemas ahora se encuentra con 17 cajas de ahorros al borde del abismo y, en lugar de permitir que se produzca en muchas de ellas el lógico, y tan sano, desenlace final, se ha marcado como meta que no suceda nada de eso. Sin embargo, su ‘operación salvamento’ puede acabar siendo su ‘operación desastre’.

¿Por qué es un error no permitir que quiebren las entidades crediticias inviables y concentrar los esfuerzos en aquellas que son viables? Pues muy sencillo, porque quien se encuentra al límite es porque no tiene capacidad para atender sus deudas con sus ingresos. El Gobierno, en este sentido, está dispuesto a poner hasta 99.000 millones de euros, además de todos los miles de millones que lleva inyectados ya en el sistema. Sin embargo, ese dinero, aunque puede suponer para muchas entidades la salvación, va a condenar a España a que aquí siga escaseando el crédito, porque ese dinero se va a ir, en gran medida, a pagar la deuda exterior de nuestras entidades crediticias, es decir, se va a marchar de nuestro país. Además, esos recursos se van a obtener en los mercados, retirándolos de la financiación del consumo y la inversión, tan necesarios para superar la crisis y crear empleo. En cambio, si se dejara quebrar a quien es inviable, buena parte de esos recursos estarían disponibles para el sistema financiero español y, por tanto, para el crédito a empresas y familias. Y luego se queja el Ejecutivo de que los bancos y cajas no dan préstamos que permitan a muchas compañías, sobre todo pymes, sobrevivir. ¿Cómo van a darlos si el dinero que hay en nuestro país se está marchando fuera a cuenta de la obsesión de Zapatero porque aquí no quiebre nadie?

Como las cosas son así, cabe preguntarse por qué Zapatero insiste tanto en ello. Pues muy sencillo. En parte porque piensa que si en España se producen quiebras de entidades financieras, la confianza de los mercados en nuestro país se va a deteriorar sobremanera y entonces no habrá forma de financiar las ingentes cantidades de deuda pública que tiene y tendrá que emitir el Gobierno para financiar un déficit presupuestario que se le ha desbocado –ya no hay dinero ni para pagar las prestaciones por desempleo. En parte esto es así por las políticas electoralistas y populistas de gasto del presidente, pero también porque Zapatero se negó durante tanto tiempo a admitir la realidad de la crisis y porque desde que los socialistas regresaron al poder hace cinco años la política económica en España ha brillado por su ausencia. Sin embargo, de lo que no se da cuenta Zapatero –o no quiere o no puede comprender– es que, al final, tanta emisión de deuda es mucho peor para la credibilidad de España que la quiebra de unas pocas, y más bien pequeñas, entidades crediticias. Tanta deuda en una economía en recesión –que continuará en ese estado en 2010 y que después vivirá, muy probablemente, una larga etapa de estancamiento– provoca que todo el mundo revise a la baja la calificación de la deuda pública española y, con ello, los inversores empiecen a pensárselo muy mucho antes de invertir en nuestros títulos, salvo que se les atraiga con tipos de interés altos. Un precio del dinero más elevado, empero, implica poner más lastre sobre los ya de por sí maltrechos consumo e inversión y, en consecuencia, sobre la capacidad de recuperación y de creación de empleo de nuestra economía. Le guste o no a Zapatero, esto es lo que va a suceder, empeorando las cosas mucho más que si quebraran varias cajas de ahorros.

A Zapatero, por supuesto, también le preocupa su imagen en todo esto, puesto que sigue convencido de que sus posibilidades electorales de cara a las próximas generales pasan necesariamente por ofrecer lo que él considera una buena imagen de sí mismo, tanto dentro como fuera de nuestro país. El próximo mes de enero, España asumirá la presidencia de turno de la Unión Europea y ZP no quiere asumirla con lo que consideraría una terrible mancha en su expediente político, esto es, la quiebra de entidades financieras. Él quiere aprovechar el semestre español en la UE para exhibirse por todas partes como un pavo real en celo, y no está dispuesto a que las cajas le estropeen el brillante plumaje que cree estar diseñándose para la ocasión. Lo malo para él es que por el mundo, incluida España, hay mucha gente que no tiene un pelo de tonta y a quien el marketing zapateril, lejos de impresionarle en el mejor de los casos le mueve a risa, aunque lo más normal es que suscite todo tipo de críticas y desconfianzas. Sin ir más lejos, estas últimas semanas el influyente semanario The Economist acusaba a la política presidencial de no consistir en nada más que en sacar conejos de la chistera, pero no en medidas reales. Pero ZP, inasequible al desaliento, sigue creyendo que va a ser capaz de demostrar sus grandes cualidades de líder nacional e internacional durante la presidencia de turno de la UE. Así nos va, porque está sacrificando todo a estos objetivos de proyección personal, incluido el que no quiebre entidad financiera alguna aunque ello pueda llevar, con el tiempo, a la quiebra de la propia España.

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