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Emilio J. González

Optimismo preocupante

No conviene olvidar que la política de estimular el crecimiento a base de gasto público es un arma de doble filo

El Gobierno se muestra poco menos que eufórico con las cifras actuales de crecimiento de la economía española. Buena prueba de ello la dio el pasado lunes el ministro de Trabajo, Jesús Caldera, durante el acto de clausura del Programa Empresas-Parlamentarios del Círculo de Empresarios. Y en cierto modo, tiene razón. Un crecimiento del 3,3% en el primer trimestre del año, una décima más que en el cuarto de 2004, no está mal, con efecto del cambio estadístico o sin él. Pero aquí lo preocupante es qué se esconde detrás de esa cifra, porque va a resultar la fuente de problemas futuros.
 
El propio ministro dio la clave para entender qué pasa con la economía española en su intervención en el acto del Círculo de Empresarios. Caldera expresó con enorme satisfacción que el Gobierno está llevando a cabo la mayor oferta de empleo público de las últimas décadas, lo que unido al peso creciente del gasto público desde que los socialistas volvieron al poder, ofrece la explicación completa de qué pasa con el crecimiento español. Y lo que sucede es que la actividad productiva está siendo alimentada a base de dinero público, en el más puro estilo keynesiano. Por eso las empresas invierten más, como manifestó ufano Caldera, y por eso aumenta tanto la creación de empleo. Pero todo ello está impulsando con fuerza la demanda interna, la responsable de la mejora del aumento del PIB, y, al hacerlo, está sometiendo a la economía española a nuevas presiones inflacionistas. No olvidemos que, en abril, el diferencial de precios con la Unión Europea se incrementó de nuevo, planteando nuevamente el problema de la competitividad de la economía española, reconocido recientemente por el secretario de Organización del PSOE, José Blanco, que, de no resolverse, va a socavar la capacidad futura de crecimiento.
 
Echar leña al fuego de la demanda interna supone también la ampliación del déficit comercial, que mes tras mes sigue batiendo record hasta situarse en el segundo más elevado del mundo después del de Estados Unidos, a través de un estímulo de las importaciones. Y si tenemos en cuenta que en la Unión Europea, el destino del 70% de nuestras exportaciones, apenas crece, lo que se ha traducido en el primer trimestre en una caída de las exportaciones del 1,7%, nos encontramos otra vez con ese viejo problema de la economía española, que parecía desterrado definitivamente, de un sector exterior que estrangula el crecimiento económico. No sé si esto será el germen de una crisis económica en 2006, pero lo que desde luego sí es seguro es que no es nada bueno para la evolución de la actividad productiva.
 
Además, no conviene olvidar que la política de estimular el crecimiento a base de gasto público es un arma de doble filo. Hoy se cuenta con ingresos para financiarlo, pero el día de mañana será otra cosa si los problemas con el sector exterior no se corrigen y, sobre todo, en cuanto llegue 2007 y España pierda una buena parte de los fondos europeos que hoy percibe y que pagan ese gasto público creciente. Entonces nos encontraremos con lo de siempre: los gastos no se pueden recortar, sobre todo los vinculados a esa oferta pública sin precedentes que tanto alegra a Caldera y vendrá lo que ya conocemos de sobra, esto es, un aumento de impuestos que frene el crecimiento económico y del empleo y reduzca la capacidad de compra de los ciudadanos o un retorno al déficit presupuestario, con la consiguiente subida de los tipos de interés, que puede ser todavía peor dado el alto nivel de endeudamiento de las familias.
 
Por tanto, y aunque la cifra de aumento del PIB, considerada por sí sola, es buena, al contemplar los elementos que subyacen debajo de ella las cosas son, cuando menos, para estar preocupado. ¿Tiene el Gobierno esta percepción?

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