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Emilio J. González

Patriotismo bursátil

A muchos les parecerá una tontería, pero en Estados Unidos el patriotismo tiene una fuerza indecible. Quizá no mueva montañas, como la fe, pero puede obrar maravillas. La primera jornada de Wall Street tras el atentado del martes 11 de septiembre fue un ejemplo más de ello.

Los analistas estimaban que lo normal es que se produjese una caída de entre el 5% y el 10% en el Dow Jones. Sería el resultado lógico para adaptar el precio de las acciones a unas expectativas menores de crecimiento económico y de beneficios y al actual clima de incertidumbre. Pero eso sería siempre y cuando el pánico no se adueñara de los inversores, porque entonces el desplome podría alcanzar magnitudes del 20% y hasta el 30%. Finalmente, Wall Street cerró sus puertas en una jornada que pasará a la Historia con una caída de poco más del 7%, es decir, dentro de lo esperado.

Bien es cierto que a este resultado ayudó el recorte en medio punto de los tipos de interés aprobado por la Reserva Federal media hora antes del inicio de la sesión. El maestro Greenspan, como en los últimos años, supo actuar con tanta celeridad como tino, cosa que no se puede decir de Duisenberg, que tuvo que esperar a los movimientos de la Fed para que el Banco Central Europeo hiciese lo mismo.

Pero también es verdad que, a media sesión, el impacto de la relajación monetaria sobre las cotizaciones ya se había absorbido, con lo que el Dow Jones retomó el camino a la baja. Es precisamente a partir de este momento donde se aprecian mejor los efectos del patriotismo. Según las encuestas de finales de la semana pasada, el 99% de los ciudadanos estadounidenses con dinero en Bolsa dijo que no vendería sus acciones pasara lo que pasara y la mayoría de ellos cumplieron su palabra. Las casas de Bolsa no hacían más que informar una y otra vez de que los pequeños accionistas apenas estaban vendiendo y, lo que es más importante, que las ordenes de compra superaban a las de venta. Y eso en un clima de hundimiento total de las compañías aéreas y de nerviosismo e incertidumbre.

Pero los particulares conservaron la calma, se mantuvieron firmes y se evitó la tragedia financiera. Había que salvar al país y a su economía y todos respondieron al unísono. Gracias a ello, en la reapertura de Wall Street se puede haber salvado la economía norteamericana de entrar en una grave y duradera recesión. Con ciudadanos así, ¿quién no se come el mundo?

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