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Emilio J. González

¡Qué se largue ya!

Wim Duisenberg sin duda va a pasar a la historia de Europa, aunque puede que no de la forma en que a él le gustaría: como la personificación del euro. El "holandés errante" de hecho, ha elegido una fecha tan significativa como el 7 de febrero, el décimo aniversario de la firma del Tratado de Maastrich por el que se creo la unión monetaria europea, para anunciar su retirada como presidente del Banco Central Europeo. Su intento de identificación plena de su persona con la moneda única es evidente. Lo malo es que este anuncio puede crear muchos problemas de aquí en adelante.

La salida de Duisenberg estaba prevista desde que en la Cumbre de Bruselas del 1 y 2 de mayo de 1998 los líderes comunitarios acordaron dividir en dos los ocho años de mandato del presidente del BCE, de forma que a Duisenberg, impuesto por los alemanes, le sucediera a los cuatro años un francés. Este acuerdo, que nunca estuvo contemplado en los estatutos del banco vino motivado porque a Francia se le había prometido la presidencia de la entidad si aceptaba que la sede de la misma estuviera en Frankfurt; París estuvo de acuerdo y cuando llegó el momento de que Bonn cumpliese su palabra, dio marcha atrás y se negó a que un galo fuera el primer presidente del banco, lo que bloqueó la cumbre hasta que se halló la solución de partir el mandato en dos.

Duisenberg, por tanto, tenía que irse, y tenía que hacerlo en mayo de este año, de acuerdo con lo pactado. Pero el "holandés errante" ha vuelto a tomar el pelo a todos, empezando por Francia y ha decidido permanecer en el cargo hasta el 9 de julio de 2003, el día de su cumpleaños. Peligrosa decisión.

De momento, el anuncio de Duisenberg es una provocación para una Francia cuyos políticos han pedido una y otra vez su dimisión en la Asamblea Nacional y cuyos ministros de Economía le han ninguneado en público una y otra vez. Esa Francia que ahora está en precampaña electoral probablemente utilizará la marcha de Duisenberg como arma arrojadiza en el debate político, lo que acabaría por salpicar, y mucho, tanto al banco como a su presidente, cuando lo que se necesita es justo lo contrario: tranquilidad y credibilidad de las instituciones de la unión monetaria europea.

Después está el plazo tan largo, casi un año y medio, establecido por Duisenberg para su marcha. Una institución como el BCE no puede estar tanto tiempo con un presidente que ya tiene fecha de caducidad. Tampoco había ni hay problema alguno para que Duisenberg se marchara esta primavera: el euro ya circula físicamente y todos los problemas técnicos de su puesta en circulación que por entonces estén pendientes de resolver pueden atenderlos el resto del Consejo de Gobernadores, que no cambia, y los propios técnicos de la entidad. La justificación de Duisenberg para prolongar su estancia en el banco, por tanto, se cae por su propio peso.

Mientras tanto, acaba de darse el pistoletazo de salida a la carrera por la sucesión, que puede cobrarse muchas víctimas de por medio. Cualquier nombre que pueda salir a la palestra será inmediatamente destrozado por sus rivales, que desvelarán todo tipo de escándalos y realizarán todos los ataques que puedan para quitarlo de en medio. Los navajazos están servidos y quien tiene muchas papeletas para ser la primera víctima es el gobernador del Banco de Francia, Jean Claude Trichet, quien estaba llamado en un principio a ser el primer presidente del BCE y que ahora ocupa el lugar más ventajoso en la línea de salida. La guerra está servida y eso, como siempre, no será bueno ni para el banco ni para el euro. Puestos a marcharse, que Duisenberg se largue ya.


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