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Emilio J. González

Seúl y la diplomacia del dólar

La reacción que la nueva versión de la diplomacia del dólar 'made in Obama' está suscitando en otras naciones es muy negativa porque está poniendo en entredicho la salud de sus economías o la recuperación de su actividad productiva.

Este jueves se inicia en Seúl la cumbre del G-20, que debe tratar de poner fin a la guerra de divisas que asola a la economía internacional. Sin embargo, aunque lo deseable es que de la reunión salga un acuerdo, que implicaría la revalorización del yuan chino y el fin de la política estadounidense de depreciación del dólar, lo más probable es que, por desgracia, después de la cita todo siga igual.

La historia nos enseña que, en raras ocasiones, las conferencias internacionales sobre asuntos monetarios concluyen con éxito. La excepción más notable fue Bretton Woods, en 1944, cuando se diseñó el sistema monetario internacional que estuvo vigente entre el final de la Segunda Guerra Mundial y 1971, cuando Nixon suspendió la convertibilidad del dólar en oro, pero en aquella ocasión la reunión se saldó con un acuerdo porque había algo que falta hoy a todas luces, esto es, liderazgo. En aquellos momentos, Estados Unidos, al que los aliados le debían la victoria en el conflicto bélico que los aliados iban a alcanzar el año siguiente y que emergía del mismo como gran y única potencia económica internacional, fue capaz de imponer a los demás un acuerdo necesario para reconstruir el comercio internacional y, a través de él, fomentar las relaciones pacíficas entre los países y el bienestar y la prosperidad de los mismos. Ese liderazgo, por desgracia, hoy brilla por su ausencia.

Estados Unidos no está en condiciones de asumirlo por la simple y sencilla razón de que es uno de los agentes activos en la guerra de divisas, que lleva tiempo actuando teniendo en cuenta nada más que sus propios intereses y olvidándose de los demás países, a muchos de los cuales les está afectando de forma muy negativa la estrategia norteamericana de depreciación artificial del dólar. La reacción que la nueva versión de la diplomacia del dólar 'made in Obama' está suscitando en otras naciones es muy negativa porque está poniendo en entredicho la salud de sus economías o la recuperación de su actividad productiva. Los países emergentes, en especial los de América Latina, ven cómo sus monedas se aprecian de forma antinatural a causa de la estrategia norteamericana y reaccionan en consecuencia, empezando a poner impuestos sobre los movimientos de capital, mientras que la zona euro ve amenazada su recuperación como consecuencia de la apreciación de la moneda única con respecto al billete verde. Así es que la ira contra los estadounidenses se ha desencadenado y va a más mientras la administración Obama sigue pidiendo a la Reserva Federal que continúe dándole a la máquina de imprimir billetes para, en parte, amortizar el fuerte endeudamiento público en que ha incurrido con sus erróneos estímulos a la economía a golpe de gasto presupuestario y, en parte, para lanzar un pulso a los chinos, que se niegan en redondo a revaluar su más que infravalorada moneda. En estas condiciones, Estados Unidos no tiene capacidad alguna de liderazgo y menos aún cuando, asistiéndole la razón respecto a la divisa china como le asiste, se deslegitima con sus actuaciones al no pensar más que en sí mismos, olvidándose de que, hasta ahora, el dólar era la primera moneda de referencia mundial y que lo que pase con la divisa norteamericana tiene muchas repercusiones en el resto del mundo, empezando por los países emergentes.

Por supuesto, de China, que es el origen del problema, no cabe esperar liderazgo alguno. Los chinos, por el contrario, están dispuestos a mantener el envite de Obama y no dar un solo paso atrás en su estrategia porque se sienten seguros y poderosos, siendo el primer comprador mundial, con diferencia, de deuda pública occidental. Por tanto, sólo queda la zona euro. Sin embargo, aquí las cosas no están tampoco como para tirar cohetes y, lo peor de todo, en unos momentos como los actuales en los que los europeos deberían hablar con una sola voz y ejercer ese liderazgo al que otros han renunciado, se hallan inmersos en demasiadas tensiones internas a cuenta de la posible quiebra de los países periféricos del euro, del plan de rescate de los mismos y de la reforma del Tratado de Lisboa para imponer sanciones a quien no siga una política presupuestaria ortodoxa. En consecuencia, la cumbre de Seúl va a estar huérfana de liderazgo y, sin él, es muy difícil que se pueda alcanzar un resultado mínimamente positivo.

El fracaso de la cita en la capital de Corea del Sur podría no tener más consecuencias para la economía mundial que las que ya estamos viendo. Pero también podría dar lugar a un resurgir del proteccionismo, a un cierre de fronteras, total o parcial, al comercio y a los movimientos internacionales de capitales, lo cual sería un desastre porque devolvería a la economía mundial en su conjunto a la crisis y esta vez probablemente ni siquiera los países emergentes se librarían de sus embates. En estas circunstancias, todos perderían, empezando por China.

¿Cuál sería la solución? Evidentemente que China aceptara de una vez por todas que no puede seguir promoviendo su desarrollo mediante una moneda infravalorada que favorezca sus exportaciones. Pero también que Estados Unidos se olvide de la diplomacia del dólar y asuma que su enorme déficit presupuestario y su gigantesca deuda pública solo se pueden atacar con recortes del gasto, no mediante la monetización del agujero fiscal a través de la compra de títulos de deuda por parte de la Reserva Federal, ni inundando el país de dólares porque, con unos tipos de interés tan bajos como los que ya hay en EEUU, esto no tiene ya prácticamente efecto alguno sobre el crédito, sino todo lo contrario. Puede que en el pasado a los norteamericanos les sirviera la diplomacia del dólar, pero, hoy por hoy, es un arma que debería dejar guardada en el arsenal.

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