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Emilio J. González

Tiempos nuevos, ideas de siempre

Uno de los grandes descubrimientos económicos de los últimos veinte años, debido al profesor Laffer, es que, en contra de lo que se ha pensado durante siglos, una bajada de impuestos puede redundar en un aumento de la recaudación tributaria, en vez de reducirla. La idea es osada, pero los santotomases de la economía que necesitan meter el dedo en la llaga para creérselo ya tienen evidencias empíricas. Una de ellas es el caso español. En la pasada legislatura, el Gobierno redujo los impuestos pero los ingresos en las arcas de Hacienda no menguaron, sino que crecieron a ritmos muy elevados y por encima de las previsiones más optimistas. El PP reivindicó a Laffer y ganó la apuesta.

Ahora, el Banco de España, y más concretamente uno de sus consejeros, Julio Segura, ha lanzado al Gobierno un mensaje de advertencia acerca de las rebajas de impuestos que proyecta para la segunda mitad de la legislatura. Segura no se opone a ellas, pero recomienda precaución en la intensidad del recorte para no poner en peligro un equilibrio presupuestario que tanto nos ha costado alcanzar.

La preocupación de Segura es la misma que tienen los miembros del directorio del Banco Central Europeo respecto de las políticas de adelgazamiento fiscal en varios países de la Unión Europea, especialmente en Francia y Alemania. Claro que, en este caso, el BCE tiene razón. Ni germanos ni galos han hecho verdaderos esfuerzos intensos de saneamiento de sus cuentas públicas y ahora que el crecimiento económico pierde fuelle se muestran incapaces de cumplir los objetivos presupuestarios fijados para este año. Éste, sin embargo, no es el caso de España.

Segura, por ejemplo, olvida que cuando llegue el momento de bajar los impuestos, la ley de estabilidad presupuestaria estará aprobada y ya habrá entrado en vigor. Por tanto, si el recorte tributario produjera una merma en los ingresos públicos, las distintas administraciones tendrían obligatoriamente que ajustar sus gastos Pero hay otra cosa más importante.

Segura basa su advertencia en una desaceleración económica que es una realidad incuestionable. Como es lógico, eso significa que la recaudación de Hacienda también se desacelerará. Pero Julio Segura olvida que un recorte en impuestos como el de sociedades o el de la renta tienen un efecto directo en los gastos de inversión y consumo y, en consecuencia, en el crecimiento económico y la creación de empleo, lo que a su vez se traduce en mayores ingresos fiscales. O sea, los efectos de la desaceleración económica sobre los presupuestos se compensan con creces.

El problema, por tanto, no consiste en si hay que bajar o no los impuestos; el problema estriba en si el mundo académico acepta o no una verdad que ya ha pasado la prueba del algodón. Julio Segura, por ahora, parece que no lo acepta, quizá porque como miembro del Banco de España interioriza automáticamente todo lo que viene del BCE, sin pararse a analizarlo con serenidad y profundidad; quizá porque un hombre como él, proveniente de la izquierda, tiene dificultades serias para aceptar que eso de menos Estado y más mercado funciona mucho mejor de lo que a muchos en su bando les gustaría.

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