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Emilio J. González

Un paso necesario, pero no suficiente

Uno de los orígenes de la actual crisis financiera se encuentra, precisamente, en esa política de dinero barato de la FED que dio lugar a las hipotecas de alto riesgo o hipotecas ‘subprime’. Por tanto, aquí, en la UE, no se debe repetir el mismo error.

Los mercados ya pueden respirar tranquilos. Finalmente, el Senado estadounidense ha dado el visto bueno al plan de rescate del sistema financiero norteamericano diseñado por la Administración Bush, si bien con inclusiones de última hora, como las ayudas a las familias con hipotecas subprime, con el fin de lograr sacarlo adelante. EEUU, por tanto, ya tiene plan, como querían los mercados. Sin embargo, sería un error pensar que, con su aprobación, todos los graves problemas por los que atraviesan las entidades crediticias al otro lado del Atlántico van a solucionarse gracias a la intervención de la Administración. Todo lo contrario. Este conjunto de medidas ni es la panacea universal, ni el bálsamo de Fierabrás que todo lo cura. Es tan solo un paso necesario, pero no el único que hay que dar.

Las crisis financieras anteriores ponen de manifiesto lo mucho que todavía queda por hacer para devolver la tranquilidad a las finanzas internacionales (no sólo a las estadounidenses porque los embates de la crisis ya han cruzado el océano y se vienen sintiendo en Europa desde hace tiempo). Está muy bien que la Reserva Federal, el Banco Central Europeo y el Banco de Inglaterra garanticen que haya liquidez en el sector bancario. Esto, junto con el plan de rescate de la Administración Bush, puede impedir que las cosas vayan a peor, aún más si cabe. Pero es el único efecto que cabe esperar de semejantes medidas y, probablemente, no se debe ir más allá en esta dirección, lo cual incluye el rechazo a la nueva petición del presidente francés Nicolás Sarkozy –¿cuántas van ya?– de que el BCE recorte los tipos de interés para ayudar a la banca de la UE a superar la crisis financiera. La experiencia estadounidense de los últimos diez años, donde la Reserva Federal de Alan Greenspan bajó una y otra vez los tipos de interés para salvar a los bancos estadounidenses de la crisis asiática, de la de la deuda rusa y de la de las empresas puntocom, pone de manifiesto que el abaratamiento del precio oficial del dinero no es más que una huida hacia delante de poco recorrido que, al final, degenera en una situación bastante peor de la que pretendía resolver. Uno de los orígenes de la actual crisis financiera se encuentra, precisamente, en esa política de dinero barato de la FED que dio lugar a las hipotecas de alto riesgo o hipotecas ‘subprime’. Por tanto, aquí, en la UE, no se debe repetir el mismo error.

El plan de rescate es la red de seguridad que tiende la Administración Bush para evitar, a partir de ahora, que las entidades financieras que tengan problemas se precipiten al vacío, lo cual, como he dicho, puede suponer la creación de un suelo en la crisis; sin embargo, no basta con esto para salir de la misma. Prueba de ello es el creciente temor de los ahorradores, en EEUU y en la UE, a que sus dineros desaparezcan de la noche a la mañana, una situación que recuerda a los pánicos bancarios vividos por Estados Unidos en la década de los 30 del pasado siglo. Por ello, distintas autoridades económicas están anunciando la creación o ampliación de instrumentos que garanticen los depósitos en caso de quiebra de una entidad. En España, afortunadamente, contamos desde los ochenta con el Fondo de Garantía de Depósitos, que cubre pérdidas de hasta 20.000 euros y que, probablemente, lo único que necesita es que se actualice dicha cantidad, algo que no se hace desde el año 2000. Por tanto, el ahorrador español puede estar tranquilo.

Pero volvamos a lo que hace falta para superar la crisis financiera. Las experiencias anteriores han puesto de manifiesto la importancia de los aspectos institucionales para salir de las crisis, una importancia que se agranda en las circunstancias actuales. Hoy nadie se fía de nadie en el sector crediticio porque no sabe en qué condiciones se encuentran los demás. De ahí que, pese a las importantes inyecciones de liquidez que están aportando los bancos centrales al sistema, el dinero no fluya como debe. Las entidades no se prestan entre sí por el alto grado de desconfianza entre ellas que reina en el mercado. Esta situación solo se superará con cambios institucionales. En Estados Unidos, por ejemplo, deberían modificarse las competencias supervisoras de la FED para abarcar también, y en toda su extensión, a la banca de inversión, así como mejorar los requisitos de solvencia de todas las entidades financieras, no sólo de acuerdo con las disposiciones de Basilea II sino que, incluso, probablemente haya que ir más allá, como viene haciendo desde hace años el Banco de España. Sólo las actuaciones en los aspectos institucionales devolverán realmente la confianza en las entidades crediticias.

Nuevamente, España es un caso aparte, gracias a la experiencia acumulada durante años por el Banco de España con el fin de impedir una crisis como la que asoló a la banca a finales de los 70 y principios de los 80; experiencia transformada en sucesivas disposiciones no siempre del agrado de la banca pero que son las que la han salvado. En España, además, el Banco de España no duda en intervenir una entidad cuando detecta problemas (como hizo en su momento con Banesto) o en promover fusiones para salvar entidades (como hizo con muchas cajas de ahorros en el pasado). Todo ello es una garantía de estabilidad de nuestro sistema financiero que los ahorradores deberían tener en cuenta porque, aunque la crisis nos afecte –como es lógico en un campo tan globalizado como el financiero–, España cuenta con muchos instrumentos eficaces tanto para prevenir su impacto como para mitigarlo sin necesidad de tener que acudir a planes de rescate como el aprobado en Estados Unidos.

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