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Emilio J. González

Una economía robusta

Japón ha entrado en recesión por cuarta vez en el último decenio, en Estados Unidos las cosas no mejoran, Alemania se encamina hacia el crecimiento cero y el resto de la zona del euro asiste a una rápida desaceleración de sus economías. Con este telón de fondo, el crecimiento del PIB español en el primer trimestre, que se situó en el 3,4% interanual es, sin duda, un buen dato. Es cierto que esta tasa es nueve décimas inferior a la registrada en el mismo periodo del año anterior, pero, aún así, es un excelente resultado si se tiene en cuenta la que está cayendo fuera y que, en el pasado, cuando la economía europea iba hacia abajo, la española caía todavía más.

Con los datos facilitados por el INE en la mano, está claro que el año terminará con un crecimiento económico en torno al 3%, pero probablemente no se superará este porcentaje. Sin embargo, esto nunca puede interpretarse como un drama, sino todo lo contrario. Se trata del quinto año consecutivo que el PIB español aumenta a ese ritmo o por encima de él, lo que no está nada mal. No obstante, la desaceleración de la actividad productiva vendrá acompañada de una evolución similar en la creación de empleo, pero nadie tiene la culpa de eso porque afuera pintan bastos y los palos empiezan a ser bastante fuertes. Quizá no se generen tantos puestos de trabajo como los previstos inicialmente por el Gobierno, pero, con todo, el empleo seguirá incrementándose, no como en el pasado que en cuanto el crecimiento económico bajaba del 3%, el paro repuntaba.

La desaceleración, además, le sentará bien a la economía. Nada como un buen jarro de agua fría para acabar con los recalentamientos que alimentan una inflación difícil de controlar cuando España no puede manejar una política monetaria en manos del Banco Central Europeo. Esa es la realidad, y la pérdida de fuelle del consumo privado, en este caso, no debe verse con preocupación sino como un factor que contribuirá a frenar las presiones sobre los precios de consumo.

Las exportaciones también han perdido revoluciones, pero eso es algo inevitable en tanto en cuanto las cosas para nuestros principales clientes --la Unión Europea y Estados Unidos-- no marchan precisamente viento en popa. Como es lógico, la inversión ha notado el menor aumento de las ventas al exterior y la evolución más pausada del gasto familiar. Pero eso mismo ha ayudado a moderar las importaciones y, con ello, a reducir el déficit exterior para dar al crecimiento económico una estructura más equilibrada sobre la que asentar su recuperación en el futuro sin tantas presiones inflacionistas como en el último año y medio.

Por supuesto, es inevitable pensar que el objetivo del Gobierno de alcanzar este año el equilibrio presupuestario corre peligro. Pero en Hacienda ya llevan semanas trabajando para que esto no suceda y, por ahora, lo más que puede pasar es que España se sitúe en el escenario macroeconómico pesimista del Programa de Estabilidad, que contempla el déficit cero en este ejercicio y un superávit menor de lo previsto para 2002.

La economía española, por tanto, goza de buena salud; se muestra robusta cuando empiezan a arreciar los embates de la desaceleración económica internacional. La única duda es cómo será a partir de ahora la política del Gobierno, tanto en su vertiente económica como en las demás ramas, ahora que los logros económicos no brillan tanto como en los últimos años.

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