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Encarna Jiménez

Una dimisión pertinente

El caso de Miriam Tey es chirriante. Que a una editora le guste publicar un libro que se titula, no sé si con ironía —como dice ella— Todas putas, que incluye un relato de violaciones de mujeres y sea, a la vez, directora del Instituto de la Mujer del Ministerio de Asuntos Sociales en un gobierno del Partido Popular, es una de esas cosas que sólo se entiende porque hay gente que tiene más ambición que criterio. Miriam Tey, que ya debe ser la tercera titular del Instituto desde que Eduardo Zaplana es ministro, tiene toda la pinta de ser un peligro público. Otra en su caso, viendo en el lugar en el que deja al Ministerio, ya habría presentado su dimisión, sin necesidad de que se lo pida la oposición.

Su estilo de ir pisando fuerte y no reconocer una contradicción flagrante entre sus negocios públicos y privados ha provocado una pequeña tormenta en un momento delicado: en plena campaña electoral. Lo menos que podía haber hecho es quitarse de en medio y evitar que al ministro le pongan la cara colorada, empezando por sus correligionarios, que no deben entender muy bien a qué viene esa frivolidad en asuntos en los que la “ironía” de un escritor novel está de más.

Aunque el tema no sea grave, pues no afecta directamente a la gestión del organismo público, salta a la vista que el rumbo del Instituto de la Mujer está más que perdido. La estabilidad, que tiene que ver con tener unas cuantas ideas y administrar unos pocos dineros con coherencia, no parece que sea la virtud del Instituto, sometido a un baile de aspirantes que, convertido en vaivén continuo, hace recaer responsabilidades en personas que no se sabe qué méritos tienen para acceder al puesto.

Hubo un tiempo en el que había mujeres que habían llegado al cargo tras una dilatada acción y reflexión, como Carlota Bustelo o Marina Subirachs. Hoy, además hay muchas mujeres en el Partido Popular que tienen acreditada su valía en la política y que este desliz no les debe hacer mucha gracia, y no digamos a Ana Botella, aspirante a gobernar en Asuntos Sociales. ¿Por qué, entonces, hay tanta desidia e improvisación con el Instituto de la Mujer? Simplemente porque no hay quien dedique un par de horas a saber qué tiene que hacer un partido liberal en lo que concierne a apoyo de políticas de igualdad y asistencia social a las mujeres.

Este es un mal que no sólo afecta al Gobierno. No hay más que ver el tonto eslogan de “todos y todas” del PSOE o la idea de “feminizar” la política a cargo de Llamazares como si estuviéramos en tiempos de Concepción Arenal. Los tópicos y la vaciedad, sobre todo en las campañas electorales, son una losa que aplasta cualquier pensamiento cabal, pero no es el caso de que, vista la estupidez generalizada en cuanto se toca lo que los cursis llaman “políticas de género”, el ministro correspondiente se tome algo en serio un Instituto que, si existe, tiene que servir para algo más que meter la pata o no definirse jamás.


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