Menú
Enrique Dans

La lenta muerte del correo

Nada de lo que recibo a través del buzón me resulta interesante. Por una mera razón de universalidad, resulta ser el canal utilizado por aquellas entidades lo suficientemente rancias como para negar la existencia de otros medios más eficientes

Estoy pensando seriamente en cancelar mi buzón de correo. Y la primera razón para ello es, precisamente, que un porcentaje mayoritario de mis lectores, al leer las palabras "buzón" y "correo", habrán pensado directamente, sin planteárselo, en algún tipo de artefacto virtual, en una "bandeja de entrada" asociada a una "dirección de correo electrónico". Su mente se habrá ido, como si fuera la cosa más natural de mundo, a algo compuesto por bits, cuando yo, en realidad, me estaba refiriendo a algo tan físico como esa caja de metal con una hendidura que tengo en el portal de mi casa. Sí, ese buzón, el que los norteamericanos denominan snail mail (correo caracol), ese que ya ni te acuerdas de recoger porque subes directamente desde el garaje a casa y que, cuando sales a dar un paseo el fin de semana, te encuentras lleno. ¿De qué? Siempre de lo mismo: basura.

No consigo recordar la última vez que a través del correo recibí algo interesante, necesario o agradable. Desde hace años, el buzón es un lugar del que recojo una serie de folletos impresos en árboles muertos, que permanecen en mi mano los escasos segundos necesarios para transportarlos pacientemente hasta una papelera que hay en el mismo portal. Antes, el buzón era el punto de contacto con una serie de entidades en concreto, tan antiguas como para seguir utilizándolo de manera preferencial: los bancos y cajas de ahorros. Pero a partir de cierto momento, fui capaz de convencer a todas estas entidades del sector financiero de que la práctica de enviarme papelitos con cada movimiento de mi cuenta era tan absurda para ellos como para mí, y mi comunicación con ellos a través de ese medio desapareció.

Ahora lo único que puedo esperar encontrarme al llegar al buzón es propaganda de todo tipo, de la que en la mayor parte de los casos prescindo por el simple hecho de llegar a través de ese medio: la posible propuesta de valor de la oferta recibida queda automáticamente desacreditada por venir a través del buzón. Resulta curioso pensarlo, porque eso mismo pasó hace mucho más tiempo con otro canal, el de la venta a domicilio: si alguien pretendía llamar a la puerta de mi casa para intentar venderme algo, podía estar plenamente seguro de que no lo conseguiría, así vendiese oro en pepitas a precio de risa. El simple hecho de venir a llamar a mi puerta hacía que no le concediese ningún tipo de crédito ni atención. Tan despectivo tratamiento ha sido heredado por el buzón de correos.

Nada, absolutamente nada de lo que recibo a través del buzón me resulta interesante. Por una mera razón de universalidad, resulta ser el canal utilizado por aquellas entidades lo suficientemente rancias como para negar conceptualmente la existencia de otros medios más eficientes: el Ayuntamiento, la Guardia Civil... Cuando se trata de pedirme dinero, sean impuestos, tributos o multas de algún tipo, ahí está el buzón tomando protagonismo y transportándome de golpe al canal analógico del siglo pasado. Ni recuerdo la última vez que me convertí en emisor de uno de estos primitivos mensajes. Acudir a un buzón a echar una carta me resulta tan pintoresco como subirme a la azotea a encender una hoguera para hacer señales de humo.

Más curioso todavía me resulta pensar en el camino que recorrimos hasta llegar al buzón: hoy en día, imaginarnos que una empresa o entidad de algún tipo fuese capaz de convencer a todos los españoles para que le reservasen un espacio en su portal en forma de caja metálica para depositar envíos de cualquier tipo se nos antoja algo completamente imposible. Y curiosamente, en un entorno como el actual, en el que la logística y el transporte de productos físicos está alcanzando una enorme relevancia, el servicio de Correos ha sido completamente incapaz de aprovechar el tirón de dicha demanda: la abrumadora mayoría de los envíos procedentes del comercio electrónico se realizan a través de empresas de mensajería privada. Precisamente cuando el mundo pedía operadores logísticos ágiles y fiables, Correos ha dado un paso atrás y ha dejado ese testigo a otras alternativas. Mientras en mercados como los Estados Unidos el USPS (United States Postal Service) permanece como una de las opciones más lógicas y razonables para envíos de cualquier tipo y compite perfectamente con las alternativas privadas, en España prácticamente ha desaparecido del escenario, en un ejercicio patente de cómo no hacerse un hueco en la llamada sociedad de la información.

Salvo en Navidad, momento en que desarrollamos ese ritual anacrónico de culto al árbol muerto que nos lleva a enviar mecánicamente cientos de postales inútiles (salvo cuando aprovechamos para financiar a alguna asociación benéfica que estaría mucho mejor recibiendo nuestra donación directamente), el correo postal está alcanzando un asombroso estado de irrelevancia total en nuestras vidas. Sólo importa a los filatélicos, de capa caída desde el escándalo del Forum, y a los casi cuarenta mil carteros que recorren el país con sacas llenas de pesados envíos que a cada vez menos gente le interesa recibir.

Piénselo. Si de repente le diese por cancelar el buzón de su casa, ¿qué ocurriría? ¿Qué se perdería? ¿Qué cosas de las que recibe ahí no estarían mejor sustituidas por algún tipo de alternativa electrónica, más ecológica, más limpia y más eficiente? No bajaré al portal a ponerle un precinto al buzón que ponga "cancelado por falta de interés" por eso de no dar la nota con los vecinos y porque tampoco estorba demasiado, pero la verdad, ganas no me faltan.

En Tecnociencia

    0
    comentarios