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Enrique Dans

Redmond, ciudad abierta

¿Será definitivo el movimiento de apertura de Microsoft? No hay forma de saberlo. De hecho, ni siquiera es preciso que lo sea

La cadena de acontecimientos está resultando muy interesante: primero, fueron tímidos inicios de liberar componentes de librerías y algunas funciones. Después, algunas iniciativas, como las modificaciones realizadas al formato RSS, fueron anunciadas con licencias de tipo copyleft muy poco restrictivas. Ahora, un paso más: el estándar XML utilizado para los formatos de archivo de las nuevas versiones del ubicuo Office estará certificado como software de código abierto por ECMA, un organismo europeo. Abogados conocidos e identificados con el software libre, como Larry Rosen, ya han emitido su veredicto positivo: en efecto, se trata de una apertura en toda regla, y no simplemente de un gesto o un amago. No tiene truco o, si lo tiene, no se ve.
 
Con el anuncio, Microsoft mata dos pájaros con un solo tiro. Por un lado, calma la ansiedad de organismos públicos y corporaciones, presionadas por el posible coste de transferencia del enorme parque de documentos en formatos propietarios generados por muchos años de cautiverio a manos del ubicuo Office. Por otro, quita a sus enemigos una de sus bazas principales, uno de los factores de ataque más claro, el de no ser abierto, el de ser una empresa basada en el oscurantismo, en la defensa a ultranza de un modelo de negocio basado en la ocultación de bits. Y, según vemos en noticias recientes, el movimiento parece estar dando sus frutos: por un lado, entidades como el Estado de Massachussets, que se hallaba en plena cruzada contra los formatos propietarios de los documentos de Microsoft y empeñados en forzar a todas sus delegaciones y agencias a utilizar formatos abiertos (basados en el Open Document Format, u ODF) antes de 2007, han anunciado ya su marcha atrás. Por otro, acérrimos enemigos de Microsoft, como Sun Microsystems, han hecho patente ya su malestar, utilizando argumentos del tipo “no es verdad, están fingiendo, es un truco” en cartas enviadas al Gobernador del Estado. Pero las palabras del propio Larry Rosen, muy poco propicio a ser considerado una persona mediatizada por Microsoft, no dejan lugar a dudas: “esto va más allá que ningún otro movimiento que la empresa haya hecho antes”.
 
En efecto, el desarrollo de un formato abierto que programadores externos a la compañía pueden utilizar sin necesidad de pagar patentes o citar acuerdos de licencia es un movimiento que excede el ámbito de ninguno de las acciones competitivas llevadas a cabo hasta el momento por la compañía. En realidad, no es algo especialmente original. Muchas compañías han tenido ya la oportunidad y la inspiración de darse cuenta que es más que posible generar valor mediante el procedimiento de abrirse en lugar de cerrarse. Pero si la protagonista es la compañía de un personaje tan rotundo y dado a los excesos verbales como Steve Ballmer, que en ocasiones ha llegado a calificar el software libre como “lacra de la sociedad moderna” y una “forma de destruir riqueza y puestos de trabajo”, la sensación es equivalente a la de ver como el infierno se congela.
 
¿Cómo quedaría el panorama tecnológico ante una hipotética apertura progresiva de Microsoft? Realmente, la empresa de Redmond siempre ha sido una estudiosa incansable del fenómeno del software libre. Su personal está formado por geeks y nerds poco susceptibles de quedar al margen de la fascinación que el fenómeno del software libre ejerce sobre todo tecnólogo que se precie, empezando por su “evangelista de plataformas”, Martin Taylor, un usuario confeso de Firefox. Microsoft siempre ha contado con activos laboratorios de análisis de los desarrollos del considerado como “lado oscuro”, y recientemente empezó a cambiar el tono de sus mensajes desde el apocalíptico “acabaremos con ellos” hasta el más ponderado “entorno de convivencia entre varios sistemas”. ¿Qué ocurriría si, como Apple hizo hace años, Microsoft tomase la decisión de reformular Windows sobre la que estimasen como mejor distribución disponible de UNIX o Linux, al estilo de lo que hacen empresas como Red Hat? Imaginemos un interfaz Windows, sin costes de cambio para más del noventa por ciento de los usuarios, asentado sobre la solidez, fiabilidad y apertura de una plataforma de ese tipo. Microsoft posee, sin duda, suficiente músculo financiero y habilidad de programación como para desarrollar una plataforma abierta y compatible con todos los sabores de Linux, Windows y hasta MacOS, pero además ofrecería a los usuarios individuales y corporativos una empresa con la probada capacidad de difusión, distribución y negociación que todos conocemos. Soporte 24x7, y una notable capacidad para el desarrollo de plataformas de colaboración con todo aquel que quiera desarrollar para su entorno, que seguiría siendo el de mayor difusión del mundo.
 
¿Será definitivo el movimiento de apertura de Microsoft? No hay forma de saberlo. De hecho, ni siquiera es preciso que lo sea. Microsoft podría optar por mantenerse en una situación de semi-apertura: plataformas abiertas sobre las que podrían correr aplicaciones propietarias, con la condición de disponer de rutas válidas de entrada y salida y de funcionar sobre cualquier sistema. Con su capacidad y volumen, las modificaciones que fuesen imponiendo para la plataforma tendrían enormes posibilidades de evolucionar hacia estándares de facto, lo que daría a la empresa la una fuerza y pujanza que tuvo en sus mejores momentos.
 
¿Es real esta especie de “estrategia de judo”? Es pronto para saberlo. Pero París obtuvo enormes ventajas de su declaración como ciudad abierta en Junio de 1940, y fue de las pocas ciudades que salieron no dañadas, sino reforzadas de la contienda. Sesenta y cinco años después, es posible que Redmond haya aprendido la lección.

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