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Enrique Dans

Sólo un amago

¿Dónde está ese mundo que cambiaba esta semana? Si el acuerdo entre Sun y Google acabará llevándonos a una maravillosa versión de un entorno ofimático funcionando en la web y a la Google, es hoy simplemente una especulación

El pasado martes fue un día francamente interesante. Varios miles de analistas y observadores aficionados o profesionales del panorama tecnológico nos quedamos hasta las ocho de la tarde colgados de la pantalla, conectados al Computer History Museum de Mountain View, California, para presenciar en directo la presentación de dos personas ampliamente conocidas en el sector: Scott McNealy y Eric Schmidt, CEOs de Sun Microsystems y Google respectivamente. ¿Qué hacíamos ahí, pegados al ordenador como si fuera una final de fútbol, y a qué venía tanta expectación? Esperábamos un cambio, posiblemente el cambio más importante en la historia reciente de la informática, y queríamos verlo en directo.
 
El día había estado calentito. Todo era especular, leer opiniones de otros, y juntar piezas, como si de un puzzle se tratase. Por un lado, se sabía que Jonathan Schwartz, Presidente de Sun Microsystems, había escrito en su blog una entrada titulada “El mundo cambia esta semana”, para posteriormente cambiar su título por algo mucho más inofensivo. En este mundillo de la blogosfera, cambiar el título de una entrada es una de esas cosas que hay que hacer con cuidado, porque todos los que te leen mediante un agregador tienen la oportunidad de leer tanto el título original como el corregido, y eso funciona como señal de que “algo se está cociendo”. Si además eres el Presidente de Sun, funciona como una forma segura de llamar la atención. Por otro lado, se sabía de la buena sintonía de ambas empresas: los protagonistas se conocían bien. Eric Schmidt trabajó durante muchos años en Sun, y obviamente se sentía a gusto. A Sun también se la veía disfrutando de la compañía de una de las empresas más glamourosas de la escena, y sacaba a la palestra escenas de un pasado visionario, de haber sido capaces de adelantar elementos de la futura revolución en aquella frase de “la red es el ordenador”. Sobre la mesa se acumulaban todo tipo de piezas y evidencias: la presencia de Google, el proyecto OpenOffice para desarrollo de una suite ofimática alternativa al todopoderoso Office de Microsoft y basada en código abierto, o el descubrimiento de una prestación en Gmail, el correo de Google, que autoguardaba los borradores de correos electrónicos ante la eventualidad de una desconexión o fallo mientras se escribían. Todo el decorado parecía preparado para la representación de una obra memorable, para una gran velada en la escena de la tecnología.
 
La obra a representar, la dimensión real de ese “mundo que cambiaba esta semana”, era bastante impresionante. Se especulaba, ni más ni menos, que los equipos de desarrollo de Google, de Sun, o una combinación de ambos habían sido capaces, en secreto, de tomar OpenOffice y adaptarlo a un modelo de interacción a través de la web, al estilo de aplicaciones como Gmail o Google Earth. Una aplicación basada en ese entorno de programación que se ha dado en llamar AJAX (combinación de Asynchronous JavaScript and XML), y que posibilita páginas ágiles, de sencillo manejo, que no necesitan refrescarse en su totalidad y de las que estamos viendo exponentes interesantísimos últimamente como el procesador de textos Writely, el calendario Kiko o la suite Thinkfree. Se trata de aplicaciones sencillas, intuitivas, facilísimas de usar sin ningún aprendizaje previo y que, además, funcionan dentro de una simple ventana del navegador y se pueden guardar en un espacio en la red, proporcionando al resultado de nuestro trabajo una total independencia de un ordenador específico. Podemos, sin necesidad de aprender nada nuevo, trabajar un documento en casa, seguirlo en cualquier otro entorno u ordenador, compartirlo con otras personas, y que todos trabajemos siempre sobre la misma copia, sin problemas de versiones, inconsistencias o “vaya, me dejé la última versión en la oficina”. En el estado de la tecnología actual, con una Microsoft empeñada en darnos “más de lo mismo” en base a un vetusto concepto ordenador-céntrico, la idea resulta atractivísima, un auténtico sueño. La posibilidad de un anuncio como ese, así, por sorpresa, que nos trajese un producto desarrollado y funcionando que amenazase de golpe la hegemonía de una empresa que lleva años por encima del 90% de cuota de mercado era muy del estilo de Google. El que se basasen para ello en un producto de arquitectura abierta como OpenOffice también era coherente, no en vano lo acaban de hacer exactamente así con Google Talk. Era una idea perfecta que respondía a una necesidad real, a un objeto de deseo del mercado… ¿Y?
 
Y nada. Los protagonistas se reunieron, se echaron unas risas juntos, intercambiaron un par de regalitos, y se fueron después de anunciar un acuerdo de distribución que nos deja a todos con cara de “¿y para esto tanto anuncio”? Vale, cuando distribuyas Java, te podrás descargar la barra de Google… Ooooh, que excitante... algo que, además, ni siquiera está aún disponible. Nada más. OpenOffice sigue siendo lo que era, un proyecto interesante por lo que es –una suite ofimática basada en software libre–, pero no por lo que hace: nada que no haga la de su todopoderoso competidor y líder del mercado, Microsoft. ¿Dónde está ese mundo que cambiaba esta semana? Si el acuerdo entre Sun y Google acabará llevándonos a una maravillosa versión de un entorno ofimático funcionando en la web ya la Google, es hoy simplemente una especulación, como lo era ayer. Dejen de soñar, y vuelvan al trabajo. Todo ha sido un simple amago.

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