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Enrique de Diego

2. Los socialistas tropiezan en la misma piedra

La desactivación de Nicolás Redondo y el redondismo tiene escasa lógica política. Es una de las pocas ocasiones en que un político que ha cosechado buenos resultados electorales es desbancado sin que se le agradezcan los servicios prestados.

La historia entraña algunas lecciones. El PSE entró en una grave crisis de la mano de Ramón Jáuregui y su estrategia de acercamiento al PNV, que se concretaba en gobiernos de coalición. En las elecciones de 1990, los escaños de PSOE y Euskadiko Ezkerra sumaban veintidós, con un 27,74 % de los votos. En el año 1994, con Ramón Jáuregui de candidato a lehendakari (tras haber sido vicelehendakari), con la fusión de ambos partidos, descendió a 12 escaños y perdió diez puntos. Fue esa crisis, en caída libre, la que llevó a la secretaría general a Nicolás Redondo. En las siguientes elecciones, ganó dos escaños, y mejoró cinco décimas. En las elecciones del 2001, gano tres décimas pero perdió un escaño.

Es decir, la crisis fuerte del partido socialista fue con Jáuregui y con una estrategia de seguidismo del PNV, que fue éste quien rompió. Puede decirse que los socialistas tropiezan más de dos veces con la misma piedra.

En buena medida, la estrategia actual del PSOE, identificando como único enemigo a Eta y dispuesto a apoyar al PNV –como ya ha hecho en los Presupuestos, a pesar de las abundantes subvenciones al entramado de Batasuna-Eta–, no sólo reedita un error pasado (castigado por el electorado), además, al menos en parte, es un espacio que ha sido ocupado por Javier Madrazo.

Quizás lo más sorprendente del ascenso de Patxi López, no sólo previsible sino preanunciado a bombo y platillo por el aparato de Ferraz y por los ideólogos del grupo Prisa, sea el hecho de que una parte de su discurso es redondista, como, por ejemplo, las referencias a la rebelión cívica. No es que asuma el legado de Redondo, por supuesto, sino que el nuevo discurso no permite una justificación –ni tan siquiera se ha intentado. Es básicamente desmovilizador e inútil, salvo para los miembros del aparato, en cuanto genera la expectativa de pactos de estabilidad con el PNV o actuaciones de comparsas en los ayuntamientos.

El voto al PSE se presenta, de esta forma, inútil para el electorado, pues no responde a ninguna alternativa. El PSE, situado en el tercer lugar, no es, de hecho, alternativa. Los socialistas vascos abundan últimamente en retóricas que no responden a los datos objetivos. Es una forma extraña de hurtarse a sus contradicciones internas. El voto al PSE puede ser para mejorar posiciones del aparato, pero ese esquema no representa activo para los electores, que se han venido movilizando a favor de un criterio de alternativa al nacionalismo.

En la misma ausencia de cualquier voluntad de integración, se percibe ese aislamiento y ese intento de supervivencia del aparato, que incluso apuesta por un liderazgo con escasa fuerza. Es decir, se aspira a no repartir un poder que, se da por supuesto, será menor en términos de votos, pero puede ser superior en reparto de cargos y presupuesto. No sólo la oferta a Carlos Totorika, y a Gemma Zabaleta, buscaban la ruptura, también se ha apostado por la fragmentación territorial. En la nueva ejecutiva hay dos alaveses. Uno impuesto por Madrid y con residencia en la capital, y otra en un puesto sin relevancia. A Javier Rojo ni tan siquiera se le ha ofrecido ritualmente entrar en la dirección.

Otro de los errores subyacentes es que una buena parte del programa posible ya ha sido ejecutado con el citado apoyo a los Presupuestos autonómicos, con lo que, a día de hoy, a Patxi López le queda poco por negociar con el PNV.

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