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Enrique de Diego

3. El intento de suicidio intelectual de Occidente

Es el suicidio, una idea tan alejada del sentido humanitario de Occidente, lo que convierte el 11 de septiembre en una fecha negra, en un cúmulo de atentados letales. Pero no sólo el suicidio de los terroristas. Su terrible éxito fue sólo posible en combinación con otro suicidio, o al menos su intento: el intento de suicidio de Occidente, perpetrado por sus élites intelectuales atrincheradas tras una fachada de progresismo. Porque el 11 de septiembre es también el efecto perverso de un error intelectual: la incapacidad para discernir, impuesta desde las cátedras de lo políticamente correcto. No se podía decir, por ejemplo, que el Islam legitima y promueve la violencia. Por todas partes, se ha ido creando el mito del pecado original de Occidente. Según el cual, incluso los suicidas son el fruto maduro de una desesperación, motivada por una injusticia atávica de la que Occidente es culpable. Un residuo, una inmundicia de un marxismo de desideratum. Ese odio a Occidente de intelectuales y periodistas que no soportan el éxito de la libertad. Una neurosis que, contra la lógica, no decreció sino que aumentó tras la caída del Muro de Berlín en 1989, y en la que militan desde Greenpeace hasta las ONG subvencionadas. Ser antioccidental ha sido –y es– la moda occidental por excelencia. Los telediarios están llenos cada día de esa ideología suicida de buen tono.

De hecho, el terrorismo suicida no era desconocido. Se llama el modelo tamil. Poca gente, incluso entre los especialistas, sabe que el movimiento de los Tigres tamiles, luchando por la independencia de Sri Lanka, es la organización más eficaz y más peligrosa del mundo. Lo que convierte en imbatible a ese movimiento, representante étnico del 10 por ciento de la población, es la educación suicida que los dirigentes imprimen a sus militantes. Cada uno de ellos debe matarse con una ampolla de cianuro si es detenido. Los más motivados son destinados a los atentados suicidas. Sobre 300 atentados, menos de diez fracasos. Entre las víctimas, Rajiv Ghandi, primer ministro indio –asesinado por un tamil que se hizo explotar abrazado tras ofrecerle un ramo de flores–, un presidente de Sri Lanka, generales, gobernadores, o las instalaciones del estado mayor de las fuerzas armadas contra las que combaten.

El terrorismo suicida no tiene demasiados partidarios entre los movimientos insurreccionales: kurdos del PKK, palestinos de Hamas y la Jihad Islámica, palestinos y libaneses de Hezbolá y los “yihadistas”, internacionalistas de Osama ben Laden. Un lejano precedente de éste último en 1030, Hasan Sabbah, fundador de la secta de los “hasaniyun” (los asesinos, los partidarios de Hasan), con su fortaleza en Alamut, norte de Persia.

Pero es una nueva etapa distinta a cuando en 1968 hace su aparición el terrorismo contemporáneo con el secuestro de un avión de la compañía El Al por el Frente de Liberación de Palestina, ni cuando estados como Irak, Libia y Siria lo usan como política de chantaje diplomático. Es una nueva etapa de macroterrorismo. En 1983, en Beirut, dos camiones suicidas matan a 241 marines y a 53 paracaidistas franceses de las fuerzas de interposición de la ONU. Poco después, los soldados occidentales abandonaron el Líbano. En los años siguientes el ejemplo cunde: los atentados contra Israel o en los territorios ocupados pasan a ser suicidas.

En 1997, islamitas argelinos secuestran un avión que piensan estrellar contra la Torre Eiffel. En tránsito en Marsella para repostar es asaltado por fuerzas especiales. Ninguno de los miembros del comando se entrega, todos se suicidan o son abatidos. Ese mismo año, un avión de la compañía de bandera egipcia se precipita al mar. El piloto se encomienda a Alá antes de entrar en picado.

En el fondo, Osama ben Laden no había hecho otra cosa que avisar. En Somalia. En el citado atentado de Beirut. En Yemen, contra el USS Cole. Incluso no era la primera vez que el integrismo atentaba contra las Torres Gemelas. En el anterior atentado, los terroristas estuvieron previamente en manos de la Policía, pero fueron puestos en libertad. El imán que los impulsaba estaba perseguido en Egipto por terrorista, pero gozaba en Estados Unidos del respeto a la libertad religiosa, aunque su prédica era exterminar a los occidentales. ¿O no fue Francia el exilio dorado de Jomeini?. No ver se había convertido en el aspecto característico de Occidente. ¿Cómo puede ver quien, según nuestros intelectuales y periodistas, es culpable de todos los males del planeta? Según Kavafis, no había bárbaros, pero en verdad los bárbaros se entrenaban en las academias de pilotos occidentales y trazaban planes de destrucción en sus escuelas de Ingeniería.

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