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PP y PSOE ni se han planteado reconocer y modificar uno de los errores de la transición: una ley electoral que condiciona la política nacional a partidos minoritarios con declarada intención de secesionarse. A pesar de que el sistema está previsto para que no haya mayorías absolutas, los ciudadanos rompen con la intención del legislador para que esa situación se modifique, pero el mensaje se desoye. De hecho, varios gobiernos autonómicos siguen dependiendo para su gobernabilidad de partidos nacionalistas, algunos de ellos muy minoritarios. El efecto Popper de la Ley d´Hondt se traduce en un síndrome de Estocolmo electoral hacia el nacionalismo, que en el País Vasco acaba de bajar el listón de la representatividad del 5 al 3%.

Ese síndrome es perfectamente detectable en el PP en lo que se refiere al nacionalismo catalán. Lo curioso es que aquí y ahora es Pujol el que depende de Aznar, y no a la inversa como en la pasada legislatura. Los populares han desarrollado una doctrina contra el nacionalismo vasco pero no contra el nacionalismo, lo que introduce un elemento de incoherencia. Mientras Pujol pretende elevar el beneficio de su voto, el PP reduce el coste del suyo. Esto tiene una implicación ética seria. Por de pronto, el gobierno Pujol es uno de los más corruptos, sin que ello tenga la sanción política correspondiente. La financiación de Convergencia y aún más la de Unió se mueve en parámetros filésicos directamente parasitarios del presupuesto público. El “caso Pallerols” de la formación para el empleo ha motivado que la UE retire las subvenciones al gobierno catalán. Por este escándalo mayúsculo -financiarse o enriquecerse a costa de los parados- se pasa de puntillas como por toda la retahíla anterior, que ha afectado a la misma familia y a los consejeros de Pujol.

Contar con el voto de CiU en el Congreso da todavía vitola de centro, mientras que el voto del PP a CiU en el Parlament es vergonzante y pasa por la amenaza de ir de la mano de Esquerra Republicana, un escenario indeseable en el fondo para Pujol. El efecto Piqué y la apuesta por el catalanismo moderado tendría sentido si fuera, en realidad, una oferta de entrar en el electorado convergente desde la defensa de la libertad de todos los ciudadanos, pero con frecuencia desde Génova se desplazan a dar explicaciones y templar gaitas, sin que las declaraciones a favor de la autodeterminación tengan la misma respuesta cuando las dice Arturo Mas que cuando las dice Arzalluz.

Todo esto es un abuso contra la lógica que retrasa la necesaria segunda transición de la España posible.

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