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Enrique de Diego

Arabia Saudí financia el integrismo

El integrismo islámico no se hubiera desarrollado sin la financiación saudí. Su carácter internacionalista ha ido parejo con el interés de la familia real saudí por generar un Islam único a golpe de petrodólar y liderado desde La Meca. El conservadurismo moral del integrismo se debe, fundamentalmente, al apoyo que las naciones ricas del Golfo le han prestado, favoreciendo su difusión mediante la financiación de mezquitas y ulemas. Son las llamadas “mezquitas del golfo”, modelo único de mármol y neón verde. La sharía es ley en Arabia, uno de esos falsos países moderados, que obtiene tal consideración por su alianza con los Estados Unidos.

Ese liderazgo ha sido combatido por una radicalización constante del integrismo. Primero, a través de Jomeini, que fracasó por ser chií, y por ende, hereje para los mayoritarios sunnitas. Después por los “afganos”, los internacionalistas que acudieron a la lucha contra Rusia en Afganistán, y de los que, actualmente, el líder es Osama Ben Laden.

El integrismo considera el suicidio o martirio de los terroristas como la perfección religiosa. Tiene mucho menos que ver con Palestina, a pesar de que en Occidente tienda a verse así, que con la acusación de Ben Laden de que la monarquía saudí prestó su territorio, santo por ser el del profeta, a los militares “infieles” estadounidenses para combatir a Sadam Husein. Ben Laden es una escisión del integrismo saudí, la secta violenta.

Estados Unidos ha seguido con los países árabes las directrices de Arabia Saudí, monarquía que financió la guerra de Afganistán e implicó a los norteamericanos para situar a la URSS como el gran Satán, contradiciendo el ferviente antiamericanismo de Jomeini. El enlace de esa colaboración, en efecto, fue Ben Laden.

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