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Enrique de Diego

Aznar, en la casuística

Lo grave es que José María Aznar está cambiando en noventa grados la teoría moral sobre las responsabilidades políticas, lo peor es que lo está haciendo por un criterio relativista en el que se mezcla el oportunismo político --la apuesta por el “catalanismo moderado”-- y la amistad. Por supuesto, Aznar, como es clamoroso en el precedente de Demetrio Madrid, sostuvo lo contrario de lo que ahora mantiene, que pasaba por la conveniencia de la dimisión del político cuando se encuentra inmerso en procedimientos judiciales que le obligan a distraerse de su actividad política y además entrañan el riesgo de generar una solidaridad de clase que termine afectando al conjunto del Gobierno o a la idea del Gobierno en sí, con sobreañadidas presiones al Poder Judicial (por ejemplo, a la fiscalía) y contra el criterio de ejemplaridad que, desde Erasmo de Rotterdam pasando por Lord Acton, se considera fundamental para el que ostenta cargos de responsabilidad en la cosa pública y está en disposición de tomar decisiones que afectan a la vida de los demás.

Que el presidente del Gobierno está actuando bajo impulsos emotivos, lo que criticaba con razón en Felipe González, lo demuestra esa confusión de lo público con lo privado al poner el desafortunado ejemplo de un periodista, quien no cobra del presupuesto y se las entenderá en todo caso con su empresa. Piqué no está inhabilitado para ser empresario, ni periodista, pero sí para estar en el Gobierno de la nación, y lo demás es cambiar la doctrina ad casum, entrar en lo peor de la moral que es la casuística. Aznar está ahora, con Piqué, en los vericuetos de la escolástica.

De ahí esa forma curiosa de ventilador que se ha puesto en marcha. Por supuesto que el caso Ercros precede a la llegada de Piqué al Gobierno, como lo es que pertenece al tiempo de los pelotazos de la era felipista, pero aún importando mucho tales circunstancias, no modifican la moralidad del acto en sí o de la situación actual. Piqué llegó de la mano de Pujol con un pasado. Lo de Ertoil-Ercros no pertenece a las cuestiones menores, sino a la más grosera cultura del pelotazo y la presencia de Piqué está probada. Las responsabilidades políticas son perfectamente compatibles con la presunción de inocencia, que nadie niega. Pero tal presunión degenera en omertá --y ese fue el mal del felipismo-- cuando la defensa se ejerce desde la vida pública con la tentación constante de poner el aparato del poder en el empeño. Tal mal ejemplo se extiende, porque el mal es difusivo como el bien, a través de las estructuras políticas pues se relajan los controles morales y los malos ejemplos cunden a medio plazo.

Piqué no debía haber entrado en política ni haberse afiliado al PP, pero, llegado a este punto, Aznar debe ser consecuente y coherente y mostrarle que los criterios del felipismo no sirven con él. Otra cosa sería una pérdida del sentido de la realidad a lomos del penoso síndrome de La Moncloa.

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