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Llegar a un acuerdo para mejorar la seguridad de los ertzainas es una buena noticia. La violencia etarra, por un lado, y por otro las estupideces contumaces de Balza —quien tuvo a los actuales asesinos por amigos— hacen urgente y necesario pasar de la vieja filosofía de policía inglesa a fuerzas de orden público en “territorio comanche”, es decir, batasuno. La broma pesada —ha costado muchos muertos— de que hay un conflicto político vasco... con el PP, no da más de sí. El País Vasco tiene un grave problema de orden público, con el último intento de imponer el totalitarismo por las armas y con zonas de exclusión donde no existe el Estado de Derecho. La libertad está amenazada.

En un momento, la consejería de seguridad vasca se sorprendió ante el llamativo porcentaje de policías que cobraban sus nóminas en entidades bancarias foráneas. Castro Urdiales se ha convertido en un lugar de residencia de policías vascos. La idea de una Policía instalada en el lugar, implicada en el entorno social, ha fracasado por un problema moral y conceptual: el PNV ha considerado siempre, en diverso grado, a los terroristas como aliados o como miembros de la misma familia, de la buena progenie nacionalista de Aitor, siempre mejores que los miembros de la saga constitucionalista. Con tal relativismo moral, es de lógica —aunque sea perversa— que los ertzainas hayan terminado siendo objetivo preferente, que carezcan de directrices adecuadas y que no se funcione con las imprescindibles medidas de seguridad: dirigir el Tráfico frente a una taberna de proterroristas es una forma de suicidio.

Puede decirse que los pactos, hilos directos y rollos inmorales entre el PNV y ETA empiezan a pasar por el número de policías vascos asesinados. Los dirigentes del PNV se esconden tras sus policías, que son quienes pagan los errores. De todo esto son culpales los peneuvistas, por sus mezquinas disquisiciones, por sus utopías falaces, por sus cobardías morales. De todo esto es culpable Balza. Es terrible, pero en la “guerra civil” nacionalista ahora se negocia con cadáveres de policías vascos enterrados con la ikurriña.

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