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A Javier Clemente le echaron de la Real Sociedad, y ahora el equipo donostiarra va líder. La Real se ha alejado de cualquier criterio etnicista, de los que Clemente mantiene fuera de los entrenamientos, cuando grita independencia en las noches electorales al lado de Arzalluz. A la Real le está yendo de miedo sin Clemente. A su edad, como San Pablo camino de Damasco, el personaje ha tenido una súbita conversión. Ha aceptado ser fichado por un equipo que se llama ni más ni menos que "Español". Hemos de deducir que el personaje no vende sus más caras convicciones de militante del PNV por un plato de lentejas o unos millones de euros. Hemos de suponer que su gesto es un rechazo práctico al plan sececionista de Ibarretxe. Un gesto personal exorcizador del malditismo de lo español, tan manifiestamente proclamado en el nombre del nuevo club, al que ya entrenó con anterioridad.

Haber tenido un nacionalista al frente de la selección española es tan tierno y curioso como que la familia real esté emparentada con una de las familias de más recio abolengo independentista, aunque eso asegure a una parte de la rama borbónica contar con el Rh bueno. Pero sería un excesivo cinismo que Clemente se mantuviera en el odio a todo lo español menos en el fútbol por la simple y pedestre razón de que le pagan.

Hasta el momento, desde que Ibarretxe iniciara su errática carlistada, ningún club vasco ha pedido el abandono de la Liga "española" ni de la Copa del rey. Pero lo de Clemente es una rebelión en toda regla contra las directrices de Sabin Etxea.

Salvo que se entienda como el irracional cinismo de los nacionalistas ante las cuestiones que afectan a la cartera. Empresas abertzales, por ejemplo, viven del consumo de los ciudadanos del resto del Estado o de la odiada España. Entrenadores nacionalistas se ponen al frente de la más pura españolidad balompédica.

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