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Sea verdad o sea ficción, parece que de ahora en adelante la unidad, el destino o la convivencia común que conocemos con el nombre de España está en cuestión. De nuevo se la juega en Galicia en el mes de octubre, previsiblemente en la tercera semana. No deja de ser curioso que mientras en el País Vasco los socialistas militan en el españolismo (concepto diabolizado, pero en sí mismo bastante aceptable, pues España es una sociedad abierta), mientras en Galicia lo hacen en el nacionalismo. No resulta difícil entender, por cuestiones estratégicas y aún de confusión ideológica, tal contradicción supina, aunque sí lo resulta asumir la suma de las siglas autonómicas que componen el PSOE como un proyecto nacional y no como una mera superestructura de márketing. Se puede hacer un recorrido por las direcciones autonómicas del PSOE y encontrar matices que van desde la identificación de la idea de España con la de libertad personal hasta los que apuestan por fórmulas graduales de separatismo, por sí o en coyunda con sus aliados.

Los resultados de Galicia se van a analizar, sin duda alguna, desde el parámetro nacionalista, con la plantilla vasca. Los nacionalistas se preparan en sus cuarteles de verano para una nueva ofensiva independentista en otoño enarbolando los pendones de la declaración de Barcelona. Curiosa coyunda de nacionalistas a los que une el odio a la España democrática. En principio, estas esperanzas desestabilizadoras parten de una equivocada lectura de los resultados vascos, donde el nacionalismo bajó. Pero Galicia se ha convertido en el elemento de contrastación de las interpretaciones dispares, y con frecuencia interesadas. España se juega de nuevo en Galicia y ese estar al borde de la quiebra y la crispación es ya de por sí una pésima costumbre.


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