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En el País Vasco no ha habido ningún fracaso ni del Partido Popular ni del PSOE, ni de ese imaginario (pues no ha habido listas únicas) frente constitucionalista que no ha sido más que respuesta al frente nacionalista y al intento totalitario de cercenar las libertades de cuajo, con una trágica serie de asesinatos. El tan absurdo como generalizado clima de los análisis en ese sentido sólo puede entenderse como una prolongación de la confusión de los deseos con la realidad: toda vez que los deseos no se han cumplido, se niega directamente la realidad.

No ha crecido el nacionalismo, sino el constitucionalismo, a pesar de las evidentes limitaciones que para hacer política tienen los partidos no nacionalistas. Hay una distancia no sólo moral sino efectiva entre quienes pueden mantener el contacto cotidiano con los electores, pueden trasvasar con ellos mensajes y recibir sugerencias, y los que sólo lo pueden hacer con sus escoltas. Parece suficiente imagen para ejemplificar esto la misma jornada electoral, en la que mientras Ibarretxe era amablemente saludado por dos ertzainas, Jaime Mayor Oreja, Nicolás Redondo, María San Gil y Vidal Nicolás eran agredidos por militantes de Eh, e incluso por un interventor.

Los intentos de establecer críticas y responsabilidades sobre Jaime Mayor Oreja y Nicolás Redondo son una de esas confusiones tan madrileñas de intelectuales en chaise longue tan dados a desentenderse de los que arriesgan su vida política y su vida física, el don más absoluto que un hombre tiene. Pero al margen de tal consideración ética y estética, tales apreciaciones son fruto de la ignorancia y la insustancialidad con la que se trabaja en el periodismo patrio, en el que cualquier frivolidad tiene su asiento a poco que se domine el castellano.

De fracaso, nada. Esos no son los datos, ni mucho menos, salvo desde un ejercicio de deconstrucción postmoderno e histriónico, en el que cada uno elude su responsabilidad personal. El mapa político vasco no ha oscilado hacia el nacionalismo; no más de lo que ya estaba, sino hacia la moderación.

Al margen de las histerias del momento, parecía imposible que el Partido Popular pudiera igualar el número de votos de las elecciones generales y, sin embargo, no sólo lo ha hecho sino que ha superado por poco ese listón. ¡El aumento respecto a las anteriores autonómicas es de cien mil votos! ¡Cien mil ciudadanos más han decidido votar al PP, a pesar de los riesgos y las coacciones físicas! Lo mismo sucede con el partido socialista. ¿Mal resultado de Nicolás Redondo? ¡Pero sí ha conseguido treinta mil votos más! ¡Los partidos constitucionalistas han conseguido los mejores resultados de su historia! ¡Más votos que nunca! Y eso a pesar de las limitaciones de sus campañas y de tener vedado el acceso a muchos pueblos.

¿Ha fracasado Mayor Oreja? ¡Cantidad de estupideces hay que leer estos días! Si para frenarle el nacionalismo ha tenido que superar todas sus diferencias y concentrar el voto. ¿Alguien pensaba que Mayor Oreja podía ser lehendakari con el apoyo del PSE? ¡Ese ha sido el error de la campaña!, se dice a posteriori desde el pensamiento único (por cierto, que si del “desastre” tienen responsabilidad los cuatros presidentes del Gobierno, como dice un periódico, alguna le tocaría al suegro de Urdangarín). Pero esa expectativa, esa esperanza ¿no puede haber sido el efecto movilizador que ha conseguido ese aumento espectacular –¿espectacular? sí, espectacular– de votos? ¿Cuándo se está matando a la gente se puede ir a una campaña sin dar moral?

Si hace un tiempo se hubiera asegurado tal incremento de votos al PP y al PSOE, y tal castigo electoral a Euskal Herritarok hubiera parecido un escenario idílico, la profecía de un voluntarista iluminado. ¡El mapa vasco ha oscilado hacia la no violencia y la moderación y no hacia la independencia! Si el PNV hiciera esa lectura, se equivocaría de medio a medio.

El 2 de marzo publiqué en este diario un artículo titulado “¿Listas únicas PP-PSOE?” en el que afirmaba que la coalición PNV-EA “es efecto del temor a ser sobrepasado por Jaime Mayor Oreja si se presenta el PNV en solitario” y añadía que “lo mejor sería que PP y PSOE fueran juntos en las listas” porque “la lógica de la situación, en la que están en riesgo la libertad y la convivencia, y la misma dinámica abierta por el pacto contra el terrorismo de PP y PSOE, haría convenientes listas únicas de los partidos constitucionalistas”. Obviamente, indicaba que “este debate es implanteable por cuestiones de imagen nacional”. Pero el transfondo era claro: la Ley d´Hondt beneficia al primero en el reparto y eso genera además un efecto favorable en el electorado.

Quedémonos con la primera cuestión. El magnífico trabajo de Guillermo Dupuy resulta ejemplificador: si PP y PSOE hubieran ido en listas conjuntas habrían conseguido 34 escaños, mientras que la coalición PNV-EA hubiera bajado a 31. Tal ficción sociológica añade un elemento más para dejar claro que no ha habido el desastre cacareado por el guirigay. El que antes se confundieran los deseos con la realidad no justifica que ahora se pervierta la realidad.

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