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Ni el País Vasco ha oscilado hacia el nacionalismo más de lo que estaba, ni lo ha hecho en absoluto Álava, e incluso con estos resultados en la mano, la coalición PNV-EA hubiera perdido las elecciones en Bilbao. Ni conviene olvidar ni es baladí recordar que el PNV ha obtenido estos resultados merced a una estrategia de moderación en la campaña, no de soberanismo. Si se radicaliza, veríamos... No ha sido ese el escenario de estas elecciones.

De fracaso, pues, nada. ¿Quiere ello decir que no hay que extraer lecciones? Por supuesto. Una que es hay una opinión pública nacional y otra vasca. Que hay una “Brunete mediática” del nacionalismo, además de una capilar red de batzokis que pueden desarrollar el boca a boca que a otros está vedado. ¿Cómo entender en otro caso que se diga que Jaime Mayor Oreja, con su trayectoria democrática, era entendido por el nacionalismo como un riesgo para el autogobierno? Pero a estas alturas, ¿no es el mayor riesgo el terrorismo para las autonomías? O que está en peligro tal o cual aspecto de la cultura autóctona. Bien, hay una alta dosis de manipulación. Pero ¿podrá utilizarla siempre el nacionalismo cuando en esta ocasión ha tenido que concentrar su voto de manera tan clara?

Sí hay lecciones en cuanto a la pedagogía. Una de las evidencias de las elecciones vascas es el poder de las palabras. El nacionalismo, a través de la escuela y de su poder mediático, se ha convertido en gramático. Han triunfado, sea cual sea su contenido real, las palabras positivas, las que suenan bien y generan un horizonte de esperanza, aunque analizadas desde la racionalidad puedan esconder trampas saduceas. Nada de lo Winston Churchill de sangre, sudor y lágrimas. Esos los pone la banda terrorista y los padece sólo una parte de la población, así que el resto puede acogerse al privilegio de la inmunidad.

De esa forma, el lenguaje resistente abunda en conceptos que están diabolizados en la opinión pública vasca, como solución policial o lucha contraterrorista o fin de Eta. El concepto libertad cotiza muy bajo en las encuestas cualitativas, mientras constituyen auténticas palabras tótem diálogo y paz, de amplio respaldo, que se convierten en banderas del PNV. Hay un viejo principio de la estrategia política, utilizar siempre conceptos positivos y nunca negativos, que el terrorismo distorsiona, pero al que se acoge el nacionalismo cuanto menos en la retórica: bai, sí, es una de las palabras más usadas en el márketing político del PNV. La manipulación semántica de las palabras positivas tiene décadas de tradición y ha constituido un argot propio, casi un nuevo sentido común, que es siempre el menos común de los sentidos.

La conclusión inquietante es que en un referéndum de independencia el sí caería del lado nacionalista y el no del lado constitucionalista. Quizás sea precisa una reflexión pedagógica, para lo que hemos de suponer que están preparados los asesores de La Moncloa y Ferraz, porque hay que preparar el futuro, desde unas bases que nunca habían existido, y menos que nunca cuando Gregorio Ordóñez cuando con un par de amigos tuvo la osadía de presentar una candidatura al Ayuntamiento de San Sebastián. Todos queremos la paz, pero muchos no queremos el totalitarismo.

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