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Enrique de Diego

De primarias y otras chapuzas

Ya rechazaba Eugenio d’Ors los experimentos con cosas distintas a la gaseosa (Felipe González atribuye la frase a Fraga, ¡que fijación!). Lejos de tan prudente consejo, los partidos políticos españoles vienen haciendo malas copias de formas foráneas, fundamentalmente norteamericanas. De esa inspiración son las primarias y la limitación de mandatos. La chapuza de las imitaciones en este caso se debe a que ni una ni otra son por imperativo legal, con respeto al principio de igualdad de todos ante la ley, y por tanto ambas están siendo un desastre.

En el caso socialista las primarias no han sido otra cosa que la exhibición de los malos humores internos y horas extra para caciquismos y corrientes internas. La opinión pública las percibe no como un signo de democracia interna sino como una muestra de la división interna. Como los ciudadanos no participan, pues son cerradas en exclusiva para la militancia, entienden que si hay dos candidatos es porque están a la greña. Obviamente no resulta elegido necesariamente el que tiene más posibilidades electorales sino quien ha afiliado a más amigos, ha podido repartir más prebendas y ha asumido más compromisos. La dirección socialista empieza a estudiar medidas que dejan las primarias en una pérdida de tiempo. Más aún.

Parecido sucede con la limitación de mandatos aznarista. En vez de promover el surgimiento de candidatos con programas alternativos se está convirtiendo en una manifestación de autocracia en estado puro: el debate es sinónimo de conspiración. Una pretendida medida regeneracionista está deslizándose por la pendiente del ridículo. Aznar y su acólito Arenas han tenido que recordar la libertad de expresión de cada dirigente. No está de más, pues el “ahora no toca” era un remedo de censura previa. La reducción al absurdo del caudillismo.

Por no hacer las cosas bien –es decir, mediante ley–, dos medidas con intencionalidad regeneracionista están poniendo de manifiesto los males del sistema: la oligarquía burocrática de los partidos, el sistema excluyente de las listas cerradas, el clientelismo y la adoración al jefe por encima de la preocupación por el elector. Si alguien piensa pasar encumbrado a la historia por esta senda, se equivoca. El sistema democrático español precisa un urgente avance regeneracionista, pero no tanto experimento chapuza.

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