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Preocupa la extrema derecha, pero parece preocupar menos la extrema izquierda. En el asesinato de Pim Fortuyn se percibe de una manera trágica el alto contenido de violencia que se está atesorando en ese conglomerado, bien visto, sin embargo, por el común de los medios. A pesar de todas las evidencias, los antiglobalización, por ejemplo, son presentados con frecuencia como pacifistas.

Esa preocupación por el ascenso de la extremaderecha conlleva la diabolización de sus líderes, sin analizar sus causas de fondo. La pérdida del sentido de la responsabilidad personal, la mentalidad colectivista, la tendencia a pensar en términos conspirativos, ofrece la impresión de que estamos ante personajes que seducen a los inocentes electores, y no de bolsas de voto que se ven en ellos representados. De esa forma, apenas se analizan las causas del ascenso, y por tanto no se ponen en marcha las soluciones.

En la pretensión de diabolizar a la extremaderecha se diabolizan criterios o cuestiones que parecen bastante sensatas, y que incluso forman parte del mínimo democrático. Por ejemplo, el hecho de que el Estado debe proteger a los ciudadanos y la inseguridad debe ser combatida. Incluso se pone un énfasis curioso para mostrar como repudiables criterios perfectamente opinables. Por ejemplo, en los informativos de Tele 5 se dice que Pim Fortuyn mantenía cuestiones “tan agresivas como que la cultura musulmana está atrasada, porque no admite la homosexualidad”. Lo de la agresividad viene siendo muy utilizado, desde los ámbitos políticamente correctos, en relación con el lenguaje, como una forma de diabolizar el fondo y como una banalización de la violencia real. Pero, por ejemplo, la Iglesia católica recibe muchas críticas por considerar pecado la homosexualidad, y el islamismo casi ninguna, cuando en esa cuestión es mucho más radical, y en algunos lugares llega a la pena de muerte, porque pasa por una especie de excepción cultural.

Que la “cultura” islámica está atrasada o es retrógrada es de una evidencia palmaria. Las aportaciones a la civilización, como el número cero o las matemáticas, se produjeron hace muchos siglos. Tiene elementos claramente xenófobos, como considerar infieles a todos los no musulmanes. E incluye una casi general legitimación de la violencia que considera santa. El disidente merece la pena de muerte. El takfir, aquel que naciendo musulmán abandona su fe o la cuestiona, puede ser asesinado. Como decían Renan y Voltaire –parece a estas alturas imprescindible recuperar a los librepensadores de los dos últimos siglos–, es la intransigencia extrema. Por supuesto, discrimina a las mujeres de una manera brutal, considerándoles inferiores y tratándolas como tales. Esa intransigencia es incompatible con los valores democráticos y es causa del atraso de las naciones que son confesionalmente musulmanas. El Corán es un libro muy intransigente y los musulmanes no admiten crítica.

Desconozco el ideario que tenía Pim Fortuyn, pero en esa cuestión tenía bastante razón. Diabolizar lo obvio es una forma de fascismo. Hay que respetar a las personas. Hay que criticar las ideas.

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