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La coincidencia en el dígito 11 del día y las dimensiones de la masacre, han hecho que un diario abriera su portada sobre el atentado de Madrid con el título “el día de la infamia”. Pero mientras el 11 S fue, en buena medida, una sorpresa, el 11 de marzo no ha sido otra cosa que la culminación de las infamias que cada día se vierten y se perpetran en nuestra querida España.
  
No tienen ninguna duda mis fuentes de la lucha contraterrorista respecto a la autoría de ETA de la carnicería de Atocha, Santa Eugenia y Pozo del Tío Raimundo, en este Madrid mártir y tan diabolizado –por ciudad abierta y españolísima– por el nacionalismo y los nacionalistas. Mas, como todas las hipótesis han de ser investigadas, y de ello se prevalen algunos para la ceremonia de la confusión, voy a asumir el riesgo de decir lo obvio en primera persona: los psicópatas asesinos son etarras, han sido formados en las escuelas del odio, son el producto de las infamias cotidianas en cuyo medio ambiente sobrevivimos.
  
El 24 de diciembre lo intentaron en trenes y en Chamartín, tras reunirse con Carod dieron un comunicado de tregua en Cataluña que era, en su lenguaje, la amenaza de actuar de inmediato y en gran escala. Hace pocos días se detuvo una caravana de la muerte en el pueblo de Cañaveras. Nada más pedirle el carnet de conducir el etarra se desmoronó se dio a conocer e informó de la carga de su furgoneta. Tenía consignas imprecisas pero una orden clara: actuar en Madrid. La hipótesis es que a ETA el atentado se le ha ido de las manos. La nueva generación es torpe y sanguinaria, y la mezcla nos mantiene en el orden moral de los asesinos y nos lleva al estilo de los carniceros. Un par de cachorros, con los explosivos en las manos, han querido hacer méritos e historia demostrando de lo que son capaces, de llenar de muerte y dolor a familias de bien.
  
La cuestión no es tanto si ha sido ETA o no, sino por qué toda una serie de españoles –algunos a su pesar– “necesitan” que no haya sido ETA, empezando por Josu Jon Imaz y por el inefable secretario de organización del PSOE, José Blanco. Porque siendo los terroristas los únicos responsables de los crímenes, vivimos en la infamia cotidiana. La infamia del mantenimiento del tripartido en Cataluña, por ejemplo. La infamia del plan Ibarretxe. La infamia de las subvenciones del Gobierno vasco a la banda terrorista Eta. La infamia de libros de texto oficiales en los que se ensalza y se pone como modelo a los asesinos. La infamia de empresarios que pagan a ETA. La constante infamia de Madrazo y de Llamazares, comparsas y lacayos del nacionalismo étnico. La infamia de los actores y actrices españoles situando el riesgo contra la libertad de expresión ¡en las víctimas del terrorismo! La infamia de Maragall refiriéndose a Madrid con el mismo desprecio reivindicativo que Arzalluz. Las infamias de las ikastolas donde se enseña a odiar al resto de españoles y de escuelas catalanas donde Bargalló quiere que se haga otro tanto. La infamia cotidiana, para no seguir, de tanta irresponsabilidad gratuita.
  
La unión de los demócratas pasaba por la fortaleza democrática y el rechazo a negociar con el terror. La rompió primero el PNV, con Estella-Lizarra. La ha roto en los últimos tiempos, el PSOE, al dictado de Esquerra Republicana de Cataluña, por necesidades del guión maragaliano. Nunca hemos tenido una izquierda más infame, más hundida en la infamia. El día de la infamia no ha sido otra cosa que la suma de las pequeñas y grandes infamias con las que convivimos, que han tomado carta de naturaleza entre nosotros. Vivimos de milagro entre tanta infamia... porque no íbamos en los trenes de la muerte.
 
  

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